Jesucristo no podía darnos señales más claras y
seguras para conocer a los buenos cristianos y distinguirlos de los malos, que
indicándonos la manera de conocerlos, a saber, juzgarlos por sus obras, y no
por sus palabras. «El árbol bueno, nos dice, no puede llevar frutos malos, así
cómo un árbol malo no los puede llevar buenos» (Matth., VII, 18.). Un cristiano
que sólo tenga una falsa devoción, una virtud afectada y meramente exterior, a
pesar de todas sus precauciones para disfrazarse, no habrá de tardar en dar a
conocer los desórdenes de su corazón, ya por las palabras, ya por las obras.
Nada más común, que esa virtud aparente, que conocemos con el nombre de
hipocresía. Pero no más deplorable es que casi nadie quiere reconocerla.
¿Tendremos que dejar a esos infelices en un estado tan deplorable que los
precipite irremisiblemente al infierno?. No, intentemos a lo menos hacer que se
den cuenta, en alguna manera, de su situación. Pero, ¡Dios mío! ¿Quién querrá
reconocerse culpable?. ¡Ay!, ¡casi nadie!, servirá, pues, este sermón para
confirmarlos más y más en su ceguera?. A pesar de todo, quiero hablaros cual si
mis palabras os hubiesen de aprovechar.
Para daros a conocer el infeliz estado de esos pobres
cristianos, que tal vez se condenan haciendo el bien, por no acertar en la
manera de hacerlo, voy a mostraros: 1.° Cuales son las condiciones de !a
verdadera virtud ; 2.° Cuales son los defectos de la virtud aparente. Escuchad
con atención esta plática, ya que ella puede serviros mucho en todo lo que
hagáis para servir a Dios.
Si me preguntáis por que hay tan pocos cristianos que
obren con la intención exclusiva de agradar a Dios, ved la razón de ello. Es
porque la mayor parte de los cristianos se hallan sumidos en la más espantosa
ignorancia, lo cual hace que todo su obrar sea meramente humano. De manera que,
si comparaseis sus intenciones con las de los paganos, ninguna diferencia
encontraríais. ¡Dios mío!, ¡cuántas buenas obras se pierden para el cielo!.
Otros, que ya cuentan con mayores luces, no buscan más que la estima de los
hombres, procurando disfrazar todo lo posible su estado espiritual: su exterior
parece excelente, al paso que «su interior esta lleno de inmundicia y de
doblez» (Matth., XXIII,27-28.). En el día del juicio veremos cómo la religión
de la mayor parte de los cristianos no fue más que una religión de capricho o
de rutina, es decir, dominada por la humana inclinación, y que fueron muy pocos
los que en sus actos buscaron únicamente a Dios.
Ante todo, hemos de advertir que un cristiano que
quiera trabajar con sinceridad para su salvación, no debe contentarse con
practicar buenas obras; debe saber además por que las hace, y la manera de
practicarlas.
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