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ORACIÓN PARA LA SANACIÓN FÍSICA

María complace a Dios en su abajamiento

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Así es, dice san Bernardo, que mientras esta Virgen inocente se hacía muy querida de Dios por su virginidad, a la vez con su humildad se hizo más digna, en cuanto puede hacerse digna una criatura, de ser la Madre de su Creador. Y lo confirma san Jerónimo diciendo que Dios la eligió por madre suya más por su humildad que por todas las demás virtudes. La misma Virgen lo expresó a santa Brígida al decirle: “¿Cómo hubiera merecido ser la madre de mi Señor si no hubiera reconocido mi nada y me hubiera humillado?” Y antes lo declaró en su canto humildísimo al decir: “Porque miró la humildad de su esclava... hizo en mí cosas grandes el que es poderoso” (Lc 1, 48-49). Advierte san Lorenzo Justiniano que la Virgen santísima no dijo “porque miró la virginidad y la inocencia”, sino sólo “porque miró la humildad”. Y al hablar de la humildad, advierte san Francisco de Sales, no pretendía María alabar su propia virtud de la humildad, sino que Dios se había fijado en su nada. “Humildad, es decir, nulidad” y por sólo su bondad había querido ensalzarla.

En suma, dice san Agustín, que la humildad de María fue como una escalera por la que se dignó el Señor descender a la tierra y hacerse hombre en su seno. Lo confirmó san Antonio diciendo que la humildad de la Virgen fue su disposición más perfecta y más próxima para ser Madre de Dios. Así se comprende lo predicho por Isaías: “Saldrá un renuevo de la raíz de Jesé y de su raíz brotará una flor” (Is 11, 1) Reflexiona san Alberto Magno que la flor divina, esto es el Unigénito de Dios, como dice Isaías, debía nacer, no ya de la copa o del tronco de la planta de Jesé, sino de la raíz precisamente para declarar la humildad de la madre: “De su raíz, ha de entenderse de su humildad de corazón”. Y más claro lo explica el abad Celles: “Advierte que no de la copa, sino de la raíz brota la flor”. Por eso le dice el Señor a esta su hija preferida: “Retira de mí tus ojos que me subyugan” (Ct 6, 5). ¿Cómo es que le subyugan y hacen salir fuera de sí –dice san Agustín– sino saliendo del seno del Padre al seno de María? Acerca de este concepto, dice el docto intérprete Fernández, que los humildísimos ojos de María con los que miró siempre la grandeza divina, jamás perdieron de vista su insignificancia, haciendo tal violencia al mismo Dios que lo atrajo a su seno.

Así se entiende –dice el abad Francón– por qué el Espíritu Santo alabó tanto la belleza de la esposa por tener los ojos como de paloma: “¡Qué hermosa eres amiga mía, qué hermosa eres! ¡tus ojos como los de las palomas!” (Ct 4, 1).

Porque María, contemplando a Dios con ojos como de sencilla y humilde paloma, lo enamoró tanto de su belleza, que con los lazos del amor lo hizo su prisionero en su seno virginal. Así habla el abad Francón: “¿En qué lugar del mundo se pudo encontrar virgen tan hermosa que con sus ojos embelesó al rey de los cielos y con lazos de amor le hiciese piadosa violencia y lo tarjera cautivo?”

Así que María –y con esto concluimos este punto– en la encarnación del Verbo, como vimos desde el principio, no pudo humillarse más de lo que se humilló. Ahora veremos cómo al hacerla su madre, Dios no pudo ensalzarla más de lo que la ensalzó.


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