Para comprender la violencia que María hubo
de hacerse en este sacrificio, sería preciso conocer el amor que esta Madre le
tenía a Jesús. El amor de las madres hacia sus hijos, normalmente hablando, es
tan tierno que cuando éstos se encuentran a la hora de la muerte, y ven que los
van a perder para siempre, ese amor les hace olvidar todas sus faltas e
ingratitudes, y hasta las injurias que de ellos recibieron, haciéndoles sufrir
un dolor inenarrable. Y esto, a pesar de que el amor de estas madres es un amor
dividido con otros hijos o al menos con otras personas. Pero María sólo tiene
un hijo, y éste es el más hermoso entre los hijos de Adán. Es obediente,
virtuoso, inocente y santo; basta decir que es Dios. Además el amor de esta
madre no está dividido entre otras personas. Ella ha puesto todo su amor en
este Hijo único sin miedo a excederse en el amor, pues este Hijo es Dios que
merece un amor infinito. Y este Hijo es la víctima que ella debe ofrecer
voluntariamente al sacrificio.
Vea cada uno cuánto le debía costar esto a
María y qué fortaleza de ánimo debía tener al sacrificar y ofrecer en la cruz
la vida de un Hijo tan amable. Así es que la Madre más afortunada al ser la
Madre de Dios, es al mismo tiempo la madre más digna de compasión por ser la
más afligida, al ser la Madre de un Hijo que desde que lo tuvo, sabía que
estaba destinado al patíbulo. ¿Qué mujer aceptaría tener un hijo sabiendo que
después lo había de perder con una muerte infamante? María aceptó de corazón a
este Hijo con tan duras condiciones, y no sólo lo aceptó, sino que ella en este
día lo ofreció en sus brazos al sacrificio.
Dice san Buenaventura que la Santísima
Virgen, de todo corazón hubiera querido para ella –de ser posible– las penas y
el sacrificio de su Hijo; pero por obedecer a Dios, hizo el gran ofrecimiento
de la vida de su amado Jesús por la salvación de la Humanidad, venciéndose con
sumo dolor por la ternura del amor que le tenía. Por eso, en este ofrecimiento
tuvo que hacerse María más violencia y fue más generosa, que si se hubiera
entregado ella misma a padecer todo lo que debía soportar su Hijo. Superó la
generosidad de todos los mártires, porque los mártires ofrecieron su propia
vida, en cambio la Virgen ofreció la vida de su Hijo al que amaba y estimaba
más que su propia vida.
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