Ello proviene de que sólo
estamos presentes corporalmente, mas nuestro espíritu está en otra parte, con
lo cual no hacemos otra cosa que completar nuestra reprobación a causa de las
malas disposiciones con que asistimos á tan santa ceremonia. ¡Ay!, ¡cuántas
Misas mal oídas, que, en vez de asegurarnos nuestra salvación, nos endurecen
más y más! Hiabiéndose aparecido Jesucristo a Santa Matilde, le dijo: «Has de
saber, hija mía, que los santos asistirán a la muerte de todos aquellos que habrán
oído con devoción la santa Misa para ayudarlos a morir bien, para defenderlos
de las tentaciones del demonio y para presentar sus almas a mi Padre». ¡Qué
dicha la nuestra, la de ser asistidos, en aquellos temibles instantes, por
tantos santos cuantas sean las Misas que habremos oído bien!...
No temamos jamás que la santa Misa nos cause perjuicio
en nuestros negocios temporales; antes al contrario, hemos de estar seguros de
que todo andará mejor y de que nuestros negocios alcanzarán mejor éxito. Y aquí
veréis un admirable ejemplo. Cuéntase de dos artesanos de un mismo oficio y que
vivían en un mismo barrio, que uno de ellos, estando cargado de hijos, no
dejaba nunca de oír la santa Misa y vivía muy hólgadamente en su oficio; el
otro, en cambio, que no tenía hijos..., trabajaba todo el día, parte de la
noche y frecuentemente hasta el santo día del domingo, y apenas podía vivir. Al
ver que los negocios de su compañero salían siempre coronados por el éxito,
preguntóle un día cómo se las componía para sacar lo necesario con que mantener
a una familia tan numerosa, cuando él, que no tenía más que a su mujer y no
cesaba en su trabajo, se hallaba a veces en la más completa indigencia. El otro
le contestó que, si así lo deseaba, al día siguiente le mostraría dónde se
hallaba la fuente de sus ganancias. El desgraciado artesano quedó tan contento
con aquella proposición, que esperaba con impaciencia la llegada del día
siguiente, día en que iba a aprender la manera de lograr fortuna. En efecto, el
compañero no faltó a buscarle. Vedle saliendo de su casa contento y siguiendo
confiadamente al compañero. Este le condujo a la iglesia, en donde oyeron la
santa Misa. Al regresar del templo, «Amigo mío, le dijo el que vivía
holgadamente, vuelve a tu trabajo». Al día siguiente hicieron lo mismo, mas, al
ir a buscarle por tercera vez para el mismo objeto, «¡hombre!, dijo el otro, si
quiero ir a Misa, sé muy bien el camino sin que tengáis que molestaros en
acompañarme; no es esto lo que quería saber, sino el lugar donde hallabais lo
que os ayuda a vivir tan regaladamente, para ver si, haciendo lo que vos
hacéis, sacaba también yo mi provecho. - :Amigo, le contestó el otro, no
conozco otro lugar que la iglesia, ni otra manera de prosperar que oyendo todos
los días la santa Misa; y, por lo que a mí toca, os aseguro no haber empleado
otros medios para alcanzar el bienestar que tanto os admira. ¿No recordáis, en
efecto, lo que nos aconseja Jesucristo en el Evangelio, que busquemos primero
el reino de los cielos, y lo demás se nos dará por añadidura ?» Estas palabras
hicieron comprender a aquel hombre el propósito de su compañero al acompañarle
a la santa Misa. «Pues bien, tenéis razón, dijo: el que cuenta solamente con su
trabajo, es un ciego, y veo muy bien que nunca la santa Misa arruinará a nadie.
La prueba me la proporcionáis vos. En adelante, quiero imitaros, y confío en
que Dios me concederá su bendición.» En efecto, al día siguiente comenzó la
nueva regla de vida, y continuó así el resto de sus días; y sus negocios
prosperaron en poco tiempo-. Cuando le preguntaban por qué no trabajaba los
domingos, ni durante la noche, como en otro tiempo; de dónde venía que
asistiese todos los días a la santa Misa y que se enriqueciese cada vez más;
contestaba de esta manera: «He seguido el consejo de mi vecino; id a
preguntárselo, y él os enseñará la manera de vivir prósperamente sin trabajar
más de lo ordinario, con sólo oir la santa Misa todos los días».
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