María preservada por ser Esposa del Espíritu Santo



Si el Padre debió preservar a María del pecado por ser su Hija, y el Hijo debió preservarla porque iba a ser su Madre, también el Espíritu Santo debía preservarla, pues era su Esposa.

María –dice san Agustín– fue la única que mereció ser llamada madre y esposa de Dios. Como asegura san Anselmo, “el Espíritu de Dios, vino corporalmente, por así decirlo, a María, para enriquecerla de gracia sobre todas las criaturas y moró en ella e hizo a su esposa reina del cielo y de la tierra”. Dice que vino a ella corporalmente en cuanto a lo inmenso de su amor, pues vino a formar de su cuerpo inmaculado, el inmaculado cuerpo de Jesús, como lo dijo el Arcángel: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti” (Lc 1, 35). “Por eso –afirma santo Tomás– se le llama a María templo del Señor, sagrario del Espíritu Santo, porque por obra del Espíritu Santo fue transformada en Madre del Verbo Encarnado”.

Si un excelente pintor tuviera la esposa tan bella como él la pintara ¿qué diligencia no pondría en representarla lo más hermosa que se pudiera imaginar? ¿Quién podrá decir que el Espíritu Santo haya obrado de otro modo con María, y que pudiendo hacerse esta esposa tan hermosa como él quisiera, no la haya hecho? La hizo cual le convenía como lo atestigua el mismo Señor cuando, alabando a María, le dice: “Eres toda hermosa, amiga mía, y no hay mancha alguna en ti” (Ct 4, 7). Estas palabras, dice san Ildefonso y santo Tomás, se entienden propiamente de María. Y san Bernardino de Siena, con san Lorenzo Justiniano, afirma que se refieren precisamente a su Inmaculada Concepción. Por eso el Idiota le dice: “Eres toda hermosa, Virgen gloriosísima, no en parte sino del todo; y no hay en ti mancha de pecado ni mortal, ni venial ni original”.

Lo mismo quiso indicar el Espíritu Santo cuando llamó a esta su esposa huerto cerrado y fuente sellada: “Huerto cerrado eres, hermana y esposa mía, huerto cerrado y fuente sellada” (Ct 4, 12). María, dice san Jerónimo, es ese huerto cerrado y esa fuente sellada, porque los enemigos no entraron en ella jamás a turbarla o a ultrajarla, sino que siempre estuvo ilesa, santa en el alma y en el cuerpo. Ni con ningún engaño ni fraude pudo prevalecer contra ella el enemigo. San Bernardo le dice algo parecido: “Tú eres huerto cerrado, en el que no pusieron las manos los pecadores para arrasarlo”.


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