Vio su padre en el cielo y su madre en el infierno

 


Uno de los ancianos contó esta historia: «Una virgen de avanzada edad, había adelantado mucho en el temor de Dios. Yo le pregunté sobre los motivos de su conversión y ella llorando me dijo: "Siendo todavía niña, Padre venerable, tenía un padre virtuoso y de carácter amable, pero muy débil y enfermo físicamente. Tenía que cuidarse mucho y por eso sus convecinos apenas le veían. Cuando por casualidad estaba sano, llevaba a casa los frutos de su cosecha, pero la mayoría del tiempo la enfermedad le retenía en el lecho. Y como hablaba muy poco, los que no le conocían, le creían mudo. Por el contrario, mi madre era muy curiosa, y la más infame de todas las mujeres de esta región. Esparcía por todas partes su charlatanería de tal modo que se hubiera creído que todo su cuerpo era lengua. Era fuente continua de disputas para mucha gente y se emborrachaba con hombres disolutos. Gastaba todo lo que había en casa como una pésima meretriz, hasta el punto de que no nos hubiera bastado una fortuna colosal, ya que mi padre le había confiado la administración de la casa. Degradaba su cuerpo con toda clase de vergüenzas y pocos habitantes del pueblo habían podido escapar a su pasión. Jamás tuvo la menor enfermedad, ni nunca tuvo la menor molestia o el más pequeño dolor, desde que nació hasta el día de su muerte, conservando su cuerpo sano y hermoso. Murió mi padre, agotado por una larga enfermedad. Enseguida, el cielo se cubrió, la lluvia, el trueno y los relámpagos turbaron la atmósfera. La lluvia que no dejó de caer, ni de día ni de noche, nos obligó a dejar el cadáver tres días sobre el lecho sin poderle dar sepultura. Los habitantes del pueblo movían la cabeza admirándose de que su maldad hubiera sido ignorada de todos, y decían: 'Ciertamente era un enemigo de Dios, pues ni la tierra quiere recibir su cuerpo'. Sin embargo, para que su cuerpo descompuesto no impidiese el acceso a la casa, lo enterraron como pudieron, bajo la lluvia y la amenaza de tempestad. Después de estos acontecimientos, mi madre se relajó todavía más y abusó de los placeres sensuales con la mayor desvergüenza. Transformó nuestra casa en un prostíbulo y vivió en la lujuria y los placeres. Siendo yo todavía muy niña, y estando sin dinero, murió mi madre a lo que a mi me parece sin ningún temor, y tuvo unos funerales magníficos y hasta el sol se quiso sumar al cortejo. Después de la muerte de mi madre, ya no era una niña y me turbaban los deseos y excitaciones sensuales. Un día, al atardecer, como suele ocurrir, me puse a considerar el género de vida que debería elegir. ¿Imitaría a mi padre, que había vivido con modestia, mansedumbre y sobriedad? Pero enseguida me venia el pensamiento de que no había conseguido nada bueno y que toda su vida se había consumido en la desgracia y en las enfermedades, y que al llegar el final de su vida ni la tierra había querido darle sepultura. Si esta vida de perfección junto a Dios era buena, ¿por qué mi padre, que la había elegido, había tenido que sufrir tanto? Y pensaba que era mejor vivir como mi madre, abandonarse a los deleites, a la lujuria y a los placeres sensuales. Ella no dejó escapar ninguna infamia, y murió, después de haber pasado toda su vida en la embriaguez, sin mal ni dolor alguno. Así pues, debía vivir como mi madre. Vale más fiarse de sus propios ojos y atenerse a la evidencia, y no desaprovechar ningún placer. Y satisfecha, pobre de mi, de haber acertado al orientar mi vida, cayó la noche y me dormí en seguida. Y se me presentó un individuo de gran estatura y de horrible aspecto, que me atemorizó con su mirada. Con ojos llenos de cólera y con una voz áspera, me ordenó: 'Dime los pensamientos de tu corazón'. Su vista y su actitud me hacían temblar y no me atrevía a mirarle. Con una voz todavía más fuerte me mandó confesara mis preferencias. Yo, pulverizada por el terror, había olvidado todos mis pensamientos y decía que no sabía nada. Pero él, a pesar de mi negativa, me recordó todo lo que había rumiado en el fondo de mi corazón. Yo estaba confundida y me puse a rezar y le suplicaba que me perdonase, contándole lo que había dado lugar a tales pensamientos. El me dijo: 'Ven a ver a tu padre y a tu madre. Luego elegirás el género de vida que quieras', y me arrastró llevándome de la mano. Me condujo a una llanura inmensa en la que había gran número de huertos y en ellos una gran variedad de árboles con frutos de todas clases. Todo era allí muy hermoso, más de lo que se puede decir. Mi padre vino a mí encuentro, me abrazó y me llamó hija. Yo le rodeé con mis brazos y le pedí quedarme con él. 'No puedes quedarte aquí, me dijo, pero si quieres seguir mi ejemplo volverás dentro de poco tiempo'. Yo insistía en quedarme, pero mi guía me tomó de nuevo por la mano y me dijo: 'Ven, voy a enseñarte a tu madre que arde en el fuego para que aprendas lo que tienes que apartar de tu vida'. Me encontré, de pronto, en una casa sombría y sin luz, llena de ruidos y agitación. Mi guía me mostró un horno ardiente lleno de pez en ebullición. Sobre el horno se inclinaban unos seres de aspecto terrible. Miré al fondo y vi a mi madre hundida hasta el cuello en el horno, ardiendo, rechinando sus dientes, rodeada de gusanos hediondos. Al yerme lanzó un alarido: 'Hija mía, sufro estos tormentos por mis propias acciones. Consideré locura todo lo que significaba austeridad y no esperaba ser torturada por mis fornicaciones y adulterios. No creía que la embriaguez y la lujuria estaban castigadas, y ahora, a cambio de un poco de placer, estoy en este infierno sufriendo estas terribles penas. ¡Tanto sufrimiento por tan poco placer! Ves lo que me ha sucedido por haber despreciado a Dios: me han alcanzado toda clase de males. Hija mía, este es el momento de ayudarme, de acordarte de que te he criado. Si has recibido de mi algún bien, hazme este servicio. Ten piedad de mi que ardo y me consumo en este fuego. Ten piedad de mí que desfallezco en este suplicio. Hija mía, ten piedad de mi, alarga tu mano y sácame de este lugar'. Yo rehusé a causa de sus guardianes, pero mi madre insistió llorando: 'Hija mía, ayúdame y no desprecies las lágrimas de tu madre. Acuérdate de mis sufrimientos el día de tu nacimiento y no me abandones, que me estoy quemando en este fuego'. Esta vez me conmovió y lloré y experimenté un sentimiento muy humano y empecé a gritar y sollozar de compasión. Los que estaban en mi casa se levantaron, encendieron las luces y me preguntaron la causa de tanto ruido. Les conté lo que había visto y tomé definitivamente la decisión de seguir el ejemplo de mi padre. La infinita misericordia de Dios me había dado la certeza del castigo que espera a los que quieren vivir en el pecado". Instruida así por una visión, esta dichosa virgen nos enseña que la recompensa de las buenas obras es grande y que los castigos de una vida escandalosa son espantosos. Tomemos también nosotros decisiones buenas a fin de poseer la felicidad eterna».


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