ORACIONES DESPUÉS DE COMULGAR

 


Oh Señor mi Salvador y Maestro, Yo, tu inservible sirviente, con temor y temblor doy gracias a tu amorosa bondad por todos los beneficios que has derramado abundantemente sobre mí, tu sirviente. Caigo en adoración ante tí y te ofrezco, oh Dios, mis oraciones. Con fervor lloro ante tí, oh Dios, líbrame de ahora en adelante de todas las adversidades y misericordiosamente llena en mí aquellos deseos que puedan ser expeditos para mí. Óyeme, te lo ruego, y ten piedad, porque tú eres la Esperanza de todos los confines de la tierra, y a tí, con el Padre y el Espíritu Santo, sea ascrita la gloria, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

Oh Cristo Dios, habiendo sido destinado a participar en los Misterios de tu más santo Cuerpo y preciosa sangre, te glorifico y te bendigo. Te adoro y te alabo, y exalto la obra de tu Redención, Oh Señor, ahora y por siempre. Amén.

Oh Tú, que de tu propia buena voluntad, me das tu Cuerpo como alimento; Tú que eres un fuego consumidor de los indignos: no me consumas, oh mi creador, sino penetra más bien en mis miembros, en todo mi ser, en mis articulaciones todas, en mis venas, en mi corazón. Consume las espinas de todas mis iniquidades. Limpia mi alma. Santifica mis pensamientos. Fortifica mis miembros juntamente con mis huesos. Ilumina la simplicidad de mis cinco sentidos. Hazme totalmente estable en tu temor. Cúbreme siempre, guárdame y aléjame de toda palabra y obra que pueda dañar al alma. Purifícame y lávame totalmente y adórname, dame comprensión e ilumíname. Manifiéstame como la morada de tu Espíritu solamente, y de ningún modo la morada del pecado; que habiéndose convertido en tu tabernáculo, por la recepción de tu Santa Comunión, toda cosa mala, toda pasión carnal huya de mí como del fuego. Te ofrezco como intercesores a todos los santos, a los caudillos de los incorpóreos poderes angélicos, a San Juan Bautista, a los sabios Apóstoles y con ellos a tu Madre Purísima e Inmaculada, cuyas oraciones aceptas, en tu amante compasión, oh Cristo mío, y haz de tu siervo un hijo de la luz; pues Tú eres nuestra única santificación y el esplendor de nuestras almas, oh Señor bueno. Y a Ti te glorificamos, como corresponde, Dios y Señor, todos los días.


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