¡Reina del cielo y de la tierra!
¡Madre del soberano Señor del Universo!
¡Criatura la más sublime, excelsa y amable! Es verdad que muchos ni te conocen ni te aman; pero miríadas de ángeles y santos en el cielo te aman y no cesan de cantar tus alabanzas; y aun en la tierra ¡cuántos felizmente se consumen en tu amor, y andan de tu bondad enamorados!
¡Ojalá te amara yo también, mi amable Señora!
¡Quién me diera el pensar siempre en ti servirte, alabarte y honrarte, y trabajar para que de todos fueras honrada y amada! Has llegado a enamorar a Dios, y con tu belleza, por decirlo así, lo has atraído del seno del eterno Padre,
y lo has hecho venir a la tierra para hacerse hombre e Hijo tuyo.
Y yo, pobre gusanillo, ¿viviré sin amarte? También yo te quiero amar de verdad, y hacer cuanto pueda por verte amada por todos. Ya ves, Señora, el deseo que tengo de amarte; ayúdame para cumplirlo. Sé que a tus amantes, tu Dios los mira complacido;
Él, después de su gloria, nada desea más que la tuya, verte honrada y amada por todos.
Toda mi dicha la espero de ti, Señora, tú me has de obtener el perdón de todos mis pecados; tú, la perseverancia;
tú me has de asistir en la hora de la muerte; tú me has de librar del purgatorio; tú, en fin, me has de conducir al paraíso.
Todo esto han esperado de ti los que te aman, y ninguno se ha visto defraudado. Lo mismo espero yo, ya que te amo con todo el corazón, y sobre todas las cosas, después de Dios.
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