Un anciano contaba esta historia que aconteció aun obispo para que por ella aumente nuestra confianza y nos entreguemos a las cosas de Dios para nuestra salvación. «Se hizo saber al obispo que vivía con nosotros (y él mismo fue quien lo contó), que entre las señoras de la buena sociedad había dos cristianas que vivían casi en la impureza. Esta noticia turbó al obispo. Temió otras cosas semejantes, y se puso a suplicar a Dios, rogándole le aconsejara, y he aquí lo que mereció ver. Después de la terrible y divina consagración, se acercaron todos para recibir los sagrados misterios, y el obispo veía tras los rostros el estado del alma de cada uno y a qué clase de pecados estaba entregado. Los rostros de los pecadores eran negros. Algunos estaban como quemados por el calor, con ojos enrojecidos y sanguinolentos. Los justos estaban vestidos de blanco y tenían rostros luminosos. Los unos ardían y se consumían al recibir el Cuerpo del Señor. Para los otros se convertía en una luz que al entrar por la boca iluminaba todo el cuerpo después de comulgar. Entre la multitud se encontraban gentes que habían abrazado la vida eremítica y personas casadas. El obispo los vio a todos de la manera dicha. Luego se volvió y empezó, él mismo, a distribuir la comunión a las mujeres para conocer el estado de sus almas. Vio también rostros negros, rojos y sanguinolentos y rostros luminosos. Entre las mujeres se acercaron las dos señoras que habían sido denunciadas al señor obispo. Para ellas había recibido de modo especial el don de leer en los rostros. Las vio, pues, acercarse a los sagrados misterios revestidas de una vestidura blanca con un rostro luminoso y digno. Cuando recibieron el Cuerpo de Cristo se volvieron totalmente resplandecientes. Por segunda vez el obispo volvió a empezar su oración habitual y oró a Dios, pues deseaba muchísimo conocer el significado de las revelaciones que había recibido. Se le presentó un ángel del Señor que le mandó preguntase lo que quisiera. El santo obispo quiso saber enseguida qué pasaba con aquellas dos señoras: "¿Esa primera acusación es verdadera o falsa?". El ángel le aseguró que era verdad todo lo que le habían dicho acerca de ellas. Y el obispo preguntó: "Pues entonces, ¿por qué al recibir el Cuerpo de Cristo sus rostros resplandecieron, y su vestidura blanca alcanzó un brillo extraordinario?". El ángel respondió: "Se han arrepentido de su mala conducta y se han alejado de las ocasiones con gemidos y lágrimas, y han hecho limosnas a los pobres. Por su confesión merecieron ser asociadas al número de los santos. Habían prometido no volver a caer en estos pecados si obtenían el perdón de sus culpas. Y por eso han obtenido esa transformación divina, así como el perdón de sus faltas. En adelante viven en el buen camino, con piedad y justicia". El obispo dijo entonces que se extrañaba, no de su transformación -esto ocurría con mucha gente- sino del don que Dios les había hecho, primero eximiéndolas totalmente del castigo y luego al dignarse concederles una tal gracia. El ángel le contestó: "¡Tienes razón al admirarte, pues no eres más que un hombre. Nuestro Dios y Señor, que es también tuyo, es por naturaleza bueno y misericordioso para con los que se apartan de sus propias faltas y se acercan a El reconociéndolas. No les deja que vayan al suplicio, antes bien apaga su cólera contra ellos y se digna colmarles de honores. 'Porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único' (Jn 3,16), el cual siendo los hombres sus enemigos, eligió morir por ellos mismos. Dios perdona a los que abandonan el pecado y se hacen siervos suyos por la penitencia, y les da a gozar los bienes que les tiene preparados. Sábete que ninguna falta del hombre es superior a su clemencia, con tal de que por la penitencia y las buenas obras se borren las culpas pasadas. Dios es infinitamente misericordioso, conoce la debilidad de vuestra raza, la fuerza de las pasiones, el poder y la astucia del demonio. Perdona a los pecadores como a hijos suyos y espera con paciencia que se corrijan. Se compadece de los que se convierten y acuden a su bondad como si de enfermos se tratase. Les libra de sus penas y les da los bienes que tiene preparados para los justos". El obispo dijo al ángel: "Explícame, por favor, las diferencias de los rostros y en qué clase de pecados ha caído cada uno de ellos, para que así me vea libre de mi ignorancia". El ángel le dijo: "Los que tienen el rostro radiante y alegre son los que viven sobriamente en castidad y justicia. Además son sencillos, compasivos y misericordiosos. Los que tienen el rostro totalmente negro son esclavos de la fornicación y de los malos deseos. Se entregan a las malas acciones y a toda clase de delitos. Los que aparecen enrojecidos y sanguinolentos, viven en la impiedad y la injusticia. Son calumniadores, blasfemos, mentirosos y asesinos". El ángel siguió diciendo: "Ayúdales si deseas su salvación. Has merecido alcanzar lo que pedías en tu oración: la visión de las faltas de tus discípulos y la posibilidad de hacerles mejores invitándoles a la penitencia por consejos y súplicas. Todo ello por Aquel que ha muerto por ellos y ha resucitado de entre los muertos, Jesucristo Nuestro Señor. Puesto que tienes celo, fuerza y amor para con Cristo tu Señor, vela sobre ellos para que se aparten de sus pecados y se vuelvan hacia Dios. Muéstrales claramente a qué clase de pecados están sometidos, para que no desesperen de su salvación. Las almas que se arrepienten y se vuelven hacia Dios se salvarán y participarán en el banquete del siglo venidero. Y tú, alcanzarás una recompensa muy grande imitando a tu Señor, que dejó el cielo y vivió en la tierra para la salvación de los hombres"».
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