éstos sólo trabajan para su perdición.

  


No quiero hablar de aquellos que se acusan de sus pecados con tanta falta de dolor y arrepentimiento cual si narrasen, por gusto, una historia, ni de los que comparecen sin ninguna o casi ninguna preparación, que acudirán a confesarse quizá sin haber examinado su conciencia, y dirán lo primera que les venga a la mente; que se acercarán a la Sagrada Mesa sin haber sondeado las repliegues de su corazón, sin haber pedido gracia para conocer sus pecados, ni implorar el dolor que de ellos deben concebir, sin haber formado propósito alguno de no volver a pecar. No, éstos sólo trabajan para su perdición. En vez de luchar contra el demonio, se ponen a su lado, y se labran ellos mismos un infierno. No, no es de éstos de quienes quiero hablar. Me refiero a los que salen del tribunal de la penitencia, o de la Sagrada Mesa, dispuestos a comparecer con gran confianza ante el tribunal de Dios, sin temor de verse, condenados por no haberse preparado debidamente en sus confesiones a comuniones. ¡Oh, Dios mío!, ¡cuán raros son éstos, cuantos cristianos se perdieron por defectos tales de preparación! 

Comentarios