El abad Dulas, discípulo del abad Besarión, contó: «Caminábamos junto a la orilla del mar. Yo tenía sed y dije al abad Besarión: "Padre, tengo mucha sed". El anciano, después de hacer oración, me dijo: "Bebe agua del mar". El agua se convirtió en dulce y bebí. Luego puse un poco en un vaso por si volvía a tener sed. Al ver el anciano lo que había hecho, me dijo: "¿Para qué llevas ese vaso?". Y le contesté: "Perdona Padre, es por si vuelvo a sentir sed". Y dijo el anciano: "Dios que está aquí, está en todas partes"».
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