¡Ay de mí! Cuando pienso en el mal uso que he hecho de todos estos bienes y en la ingratitud con que te he correspondido, siento vivísimo dolor y profundo remordimiento de toda mi vida miserable. Te pido humildemente perdón de todo ello y te suplico que borres las manchas de mi alma con la sangre de tu amadísimo Hijo y que olvides mis negligencias pasadas, que tantas veces me han alejado de las sendas del Espíritu Santo, frustrando los designios de tu misericordia sobre mí. No llames a juicio a tu siervo y dado que no rechazas el sacrificio de un corazón contrito y humillado, concédeme la gracia de llorar mis culpas durante el tiempo que aún me queda de vida y que pueda morir en espíritu de penitencia, a ejemplo de todos los santos.
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