Aun viviendo en la tierra, dice san Jerónimo, fue María de corazón tierno y piadoso con los humanos, que no ha habido persona que sufra tanto con las penas propias, como María con las de los demás. Bien demostró la compasión que sentía por las aflicciones ajenas en las bodas de Caná, como lo recordamos en anterior capítulo, cuando al ver que faltaba el vino, sin ser requerida, como escribe san Bernardino de Siena, tomó el oficio de piadosa consoladora. Y por pura compasión de la aflicción de aquellos recién casados, intercedió con su Hijo y obtuvo el milagro de la conversión del agua en vino.
Contemplando a María, le dice san Pedro Damiano: “¿Acaso por haber sido ensalzada como Reina del cielo te habrás olvidado de nosotros los miserables? Jamás se puede pensar semejante cosa. Nada tiene que ver con una piedad tan grande como la que hay en el corazón de María, el olvidarse de tan gran miseria como la nuestra”. No va con María el proverbio “Honores mudan costumbres”. Esto sucede a los mundanos que, ensalzados a cualquier dignidad, se llenan de soberbia y se olvidan de los amigos de antes que han quedado pobres; pero no sucede con María, que es feliz de verse tan ensalzada para poder así socorrer mejor a los necesitados. Considerando esto mismo san Buenaventura, le aplica a la Virgen las palabras del libro de Ruth: “Has sobrepujado tu primera bondad con la que manifiestas ahora” (Rt 3, 10), queriendo decir, como él mismo lo declara, que si fue grande la piedad de María para con los necesitados cuando vivía en la tierra, mucho mayor es ahora que ella reina en el cielo. Y da la razón el santo diciendo que la Madre de Dios muestra ahora su total misericordia con las innumerables gracias que nos obtiene, porque ahora conoce mejor nuestras miserias. Por lo que, como el sol con su esplendor supera inmensamente al brillo de la luna, así la piedad de María, ahora que está en el cielo, supera a la piedad que tenía de los hombres cuando estaba en la tierra. ¿Quién hay en el mundo que nos disfrute de los rayos del sol?
quién hay, sobre el que no resplandezca la misericordia de María?
Por eso ella fue llamada “elegida como el sol” (Ct 6, 9), porque no hay nadie que quede excluido del calor de semejante sol, como dice san Buenaventura. Esto le reveló santa Inés, desde el cielo a santa Brígida, al decirle que nuestra Reina ahora que está unida a su Hijo en el cielo, no puede olvidarse de su innata bondad, aun para los pecadores más perdidos; de modo que, como los cuerpos se ven iluminados por el sol, así, por la dulzura de María no hay en el mundo quien, si se lo pide, no participe gracias a ella de la divina misericordia.
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