Beata Inés de Beniganim y su PIEDAD CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO .

 


La devoción que tuvo la Venerable Madre Inés hacia las almas del Purgatorio fue tan grande, que toda su vida fue el continuado empleo de su compasivo corazón: las amaba tiernamente, se dolía de sus dolores, se compadecía de sus penas, continuamente estaba ofreciendo oraciones y sufragios para que salieran de aquellos tormentos y volasen al eterno descanso.

Las almas se le aparecían con tanta frecuencia que apenas la dejaban dormir. Le pedían sufragios y refrigerios. Ella se enternecía y se le quebraba el corazón al oir sus clamores y al ver sus penas. Procuraba socorrerlas con fervorosa solicitud; rogaba insis-

tentemente a Dios por su alivio, hacía por ellas asperísimas penitencias; tenía hecha donación de lo satisfactorio de todas sus oraciones, ayunos, ejercicios y penitencias; hacía por ellas sus acostumbrados cargamientos, ofreciéndose a padecer sobre sí misma las penas de aquellas pobres.


En tiempo en que eran enfermeras las MM. Ana María del Santísimo Sacramento y Gertrudis María de la Santísima Trinidad, sucedió el tener necesidad de confeccionar un cierto ungüento, que el convento solía dar de limosna a los pobres; mas como se les había extraviado la receta que enseñaba el modo de elaborarlo, no podían acertar en la preparación. En tres pruebas que habían hecho, no habían obtenido buen resultado, sino que habían perdido tiempo y el material empleado en ello. Afligidas las religiosas, llamaron a la venerable Madre y le contaron lo que pasaba, suplicándole el remedio oportuno. Particularmente le rogaron que viese si en el purgatorio estaba el alma de alguien que hubiese sido farmacéutico, que le enseñase el modo de confeccionar el referido ungüento. La venerable Madre se puso en oración, se enajenó de los sentidos en presencia de las enfermeras y de la declarante, y tan pronto como volvió del éxtasis, les dijo el modo cómo debían elaborar el ungüento. Las Madres pusieron en práctica las indicadas prescripciones y les salió un ungüento admirablemente elaborado. Desde entonces, para elaborarlo se suelen emplear las indicaciones hechas por sor Inés.

En adelante ya se le llamaba en esta Comunidad “el ungüento de la Madre Inés”. Le preguntaron las Madres enfermeras a qué alma debían el beneficio de aquella receta, y ella respondió que le había dado la receta el alma de un farmacéutico especialista, llamado José, el cual ocho días antes habíafallecido en la villa de Alcira, por quien ella había prometido un cargamiento, obligándose a aplicarle ciertos ejercicios y obras buenas, que debía cumplir. Las Madres enfermeras, por gratitud, ayudaron a la venerable Madre al cumplimiento de su obligada promesa, escribieron a la villa de Alcira, que dista de Benigánim unas cuatro leguas, preguntando si había fallecido allí algún farmacéutico. Tuvieron la respuesta: que en aquella villa, en el día precisado por la sierva de Dios, había muerto un especialista farmacéutico llamado José. La que esto refiere es testigo presencial de todo lo relatado, pues vio elaborar el ungüento por tres veces y resultó malo, vio la enajenación de los sentidos de sor Inés, la relación tocante al farmacéutico y su receta y los resultados, así como la carta que se envió a Alcira para comprobar el hecho.

La Madre Ana María de los Serafines era la encargada de preparar unos ramos de flores artificiales para el altar mayor de la iglesia. Uno le salió muy bien, pero el segundo de ninguna manera podía trabajarlo como el primero, y había empleado tres días nada menos en tal labor. Recurrió a sor Inés rogándole que se valiera de algún alma del purgatorio para poder salirse con su intento. Como de costumbre, la sierva de Dios se puso en oración, se enajenó de los sentidos y, todavía estando en éxtasis, dijo a la Madre sacristana: “Comience ya a elaborar el ramo”. Habiéndolo comenzado, salió con tal perfección, facilidad y rapidez, que la Madre Serafines no salía de su asombro. Habiendo preguntado a la sierva de Dios a qué alma se debía tal favor, ella respondió: “Ha venido a ayudarte Don Sánchez”. Lo que produjo nueva maravillosa sorpresa, porque el tal Don Sánchez era un sacerdote de Onteniente, difunto, el cual en sus tiempos había enseñado a la Madre Serafines a confeccionar flores artificiales antes de que ésta entrase de religiosa.

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