San Juan Maria Vianney -nos dice Jesucristo-, los moradores de Sodoma y de Gomorra serán tratados con menos severidad que este pueblo desdichado, a quien tantas gracias concedí, y para quien mis luces, mis favores y todos mis beneficios fueron inútiles, pagándome con la más negra ingratitud.
Sí; los malvados maldecirán eternamente el día en que recibieron el santo bautismo, los pastores que los instruyeron, los Sacramentos que les fueron administrados. ¡Ay! ¿qué digo?, este confesonario, este comulgatorio, estas sagradas fuentes, este púlpito, este altar, esa cruz, ese Evangelio, o para que lo entendáis mejor, todo lo que ha sido objeto de su fe, será objeto de sus imprecaciones, de sus maldiciones, de sus blasfemias y de su desesperación eterna. ¡Oh, Dios mío! ¡qué vergüenza y qué desgracia para un cristiano, no haber sido cristiano sino para mejor condenarse y para mejor hacer sufrir a un Dios que no quería sino su eterna felicidad, a un Dios que nada perdonó para ello, une dejó el seno de su Padre, y vino a la tierra a vestirse de nuestra carne, y pasó toda su vida en el sufrimiento y las lágrimas, y murió en la cruz para salvarle! Dios no ha cesado -se dirá el mísero- de perseguirme con tantos buenos pensamientos, con tantas instrucciones de parte de mis pastores, con tantos remordimientos de mi conciencia. Después de mi pecado, se me ha dado a sí mismo para servirme de modelo; ¿qué más podía hacer para procurarme el cielo? Nada, no, nada más; si hubiese yo querido, todo esto me hubiera servido para ganar el cielo, que no es ya para mí. Volvamos de nuestros extravíos y tratemos de obrar mejor que hasta el presente.
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