Renuncio a los placeres del mundo, pues ¿Qué mayor placer pudiera lograr que el de complaceros a Vos, Señor mío, que sois tan amable y que tanto me habéis amado?
No más que amor os pido, ¡oh Dios de mi alma! Amor y siempre amor espero pediros, hasta que, en vuestro amor muriendo, alcance la señal del verdadero amor; y sin pedirlo, de amor me abrase, no cesando de amaros ni un momento por toda la eternidad y con todas mis fuerzas.
¡María,
Madre mía, que tanto amáis a Dios y tanto deseáis que sea amado, haced que
le ame mucho
en esta vida, a fin de que pueda amarle para siempre en la eternidad!
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