que, pagando con ingratitudes las gracias de Dios recibidas por tu medio, te ha traicionado. Señora, ya sabes que mis miserias, en vez de quitarme la confianza en ti, más bien me la acrecientan.
Dame a conocer, María, que eres para mí la misma que para todos los que te invocan: rebosante de generosidad y de misericordia. Me basta con que me mires y de mí te compadezcas. Si tu corazón de mí se apiada, no dejará de protegerme.
¿Y qué puedo temer si tú me amparas? No temo ni a mis pecados, porque tú remediarás el mal causado; no temo a los demonios,
porque tú eres más poderosa que todo el infierno;
no temo el rostro de tu Hijo, justamente contra mí indignado, porque con una sola palabra tuya se aplaca.
Sólo temo que, por mi culpa, deje de encomendarme a ti en las tentaciones y de ese modo me pierda. Pero esto es lo que te prometo, quiero siempre recurrir a ti.
Ayúdame a realizarlo. Mira qué ocasión tan propicia para satisfacer tus deseos de salvar a un infeliz como yo.
Madre de Dios, en ti pongo toda mi confianza. De ti espero la gracia
de llorar como es debido mis pecados y la gracia de no volver a caer. Si estoy enfermo, tú puedes sanarme, médica celestial. Si mis culpas me han debilitado, con tu ayuda me haré vigoroso. María, todo lo espero de ti porque eres la más poderosa ante Dios. Amén.
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