EL CONSUELO EN MEDIO DEL DOLOR

 



“Más en Ti se halla la clemencia; y en vista de tu ley he confiado en Ti, ¡oh Señor!”.

Desde los más profundo de su tristeza, las pobres almas que padecen en el Purgatorio dejan escapar hacia Ti, ¡oh Dios mío! un destello de alegría, una sonrisa de consuelo. Están perdonadas. Tienen de esto la certidumbre, pues tu infinita clemencia lo ha dicho. Paréceme oírlas clamando, sin cesar, con millones de voces que repiten los ecos de la lúgubre prisión, las voces de Santa Margarita María, “¡Cuan dulce es el Purgatorio a quien ha merecido el infierno!”. ¡El infierno..! Por la divina misericordia se ven libres de este tormento. La maldición divina, la desesperación, una eternidad desgraciada; nada de esto tiene ya que ver con ellas. Mas a muchas les ha faltado tan poco para ser sumergidas en el eterno abismo, que no pueden menos que repetir con el Real Profeta: “Si el Señor no hubiere venido en mi ayuda, poco hubiera faltado para que mi alma tuviera el infierno por morada”. Con el pensamiento pueden estas almas sondear aquellos abismos sin fondo, oír los horrorosos gritos que en ellas resuenan y como experimentar el ardor de las llamas; pero sólo pueden comprender la inmensa desdicha de que se han librado. ¡Oh!¡Que gozo el suyo!. No pueden ya ofenderte, ¡oh Dios mío! Han atravesado para siempre el borrascoso mar de esta vida y ya no tienen que temer naufragio alguno. ¿Quién podrá expresar el bálsamo del consuelo que este pensamiento derrama sobre este acerbo dolor? Son las herederas del cielo. El trono, la diadema, el vestido nupcial; todo está disponible allá arriba, en el reino eterno, donde Dios las espera para coronarlas; nada será ya capaz de hacerlas perder sus derechos a esta recompensa infinita. Penoso se les hace esperar esta recompensa; pero, ¡cuán consoladora es la idea de que esta expectación tendrá un fin; y en cambio, el cielo será eterno!.

¡Oh Corazón Sagrado de Jesús! Escucha a tus amados hijos del Purgatorio, que por Ti suspiran. Disipa, Señor, te lo suplicamos, las tristezas de su doloroso destierro y apresura el instante de su eterna libertad. 

Amen.

(Padre nuestro, Ave María).

Dales Señor el eterno descanso, y la luz perpetua les alumbre. Descansen en Paz.

Así sea.

ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS.

Señor Dios, que nos dejaste las señales de tu Pasión y Muerte en la Sábana Santa, en la cual fue envuelto tu Cuerpo Santísimo cuando por José fuiste bajado de la cruz; concédenos que por tu muerte y sepultura santas sean llevadas las almas del purgatorio a la gloria de tu resurrección, donde vives y reina por los siglos de los siglos. Amen.

Mírame ¡oh mi amado y buen Jesús! Postrado en tu Santísima presencia; te ruego con el mayor fervor que imprimas en mi corazón los sentimientos de fe, esperanza y caridad, dolor de mis pecados y propósito de jamás ofenderte, mientras que yo, con el mayor afecto y compasión de que soy capaz, voy considerando tus cinco llagas, comenzando por aquello que dijo de Ti ¡oh Dios mío! el santo profeta David: “Taladraron mis manos y mis pies, y se pueden contar todos mis huesos”.

(Padre Nuestro, Ave María y Gloria).

Comentarios