angel,diablo |
El padre Gabriel Amorth:Un día estaba haciendo un exorcismo. Ya había
exorcizado a esta persona muchas veces. Y ya sabía quién la poseía. Nb era un
demonio cualquiera. Era Satanás. Una posesión profunda, difícil, casi imposible
de eliminar.
Le pregunté a Satanás:
—¿Por qué no te sales y te vas al infierno?
Su voz era lúgubre, resentida y hasta infinitamente triste, al fin.
—Cura, dímelo, ¿adonde debería irme?
—¿Por qué no te vas hacia Dios? ¿Por qué no llamas a
su puerta? ¿Por qué no te arrepientes y desandas tus pasos?
Siguió un largo silencio.
Luego habló:
—Yo no volveré nunca atrás. Mi opción es definitiva.
Irrevocable. Mi rechazo es para siempre.
—¿Pero no volviste alguna vez a las puertas del paraíso?
—Yo no regreso jamás. Permanezco siempre aquí. Yo soy
el infierno. Y Dios mi enemigo eternamente.
Me parecía escuchar ese relato que Clive Staples Lewis
dedicó al paraíso. Escribió que los condenados, llegados al umbral del cielo,
rechazaron entrar prefiriendo volver al infierno. Los demonios no
quieren el cielo. Se complacen en el propio mal y lo único que desean hacer es odiar a Dios y a todo el universo. Para
siempre. Aclaro: nunca dialogo con el demonio. Este intercambio de réplicas
sucede casi por casualidad y no conviene darles mucho peso porque Satanás
engaña siempre. Pero lo he relatado porque a veces Satanás, cuando dice algo a
un exorcista, no logra mentir. El exorcista es más potente que él porque Cristo
está de su parte y puede ocurrir que se entable un diálogo y que en este él no
logre mentir.
El destino de Satanás es irrevocable. Y lo mismo el
destino de quienes se hayan decidido por el infierno. No es Dios quien nos
envía al infierno. Somos nosotros los que voluntariamente vamos a él. Nuestro
corazón se vuelve de piedra. Nuestro acuerdo con el pecado se hace total. Y el
infierno es la meta que decidimos tomar. Es un misterio, un misterio de
iniquidad de una profundidad tremenda, el misterio de la libertad que decide
actuar contra Dios.
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