nos cuenta el padre Gabriel Amorth;
Del siglo XVIII en adelante se niega toda existencia del
demonio, ¿De quién es la culpa? Sin duda alguna de la cultura laica, del
ateísmo predicado a las masas, del racionalismo del mundo científico y
cultural. El resultado es esa pérdida de fe que seguimos viviendo hasta ahora
y, junto con esto, el crecimiento de toda forma de superstición y la expansión
de toda clase de ocultismo.
La Iglesia católica es víctima de esta imponente influencia.
Tanto que, en ella, los exorcistas casi han desaparecido desde hace 3 siglos.
Claro que siempre ha existido uno que otro exorcista. Pero, en general, su
número ha disminuido drásticamente hasta acercarse de manera sustancial a casi
cero. Sin exorcistas, ¿quién ha obtenido ventaja?
Satanás y su furia homicida.
Desde hace décadas, ni en los seminarios ni en las
universidades eclesiásticas se estudia ya esa parte de la Teología dogmática
que, al hablar de Dios Creador, se refiere también a los ángeles, a su prueba,
a la rebelión de los demonios; de modo que en los estudios los demonios ya no
existen. Nó se estudia ya (o casi) la Teología espiritual, que trata de la
acción ordinaria del demonio, la tentación, y de su acción extraordinaria, la
posesión y los maleficios; trata por lo tanto también de los remedios, entre
los que están los exorcismos. Como consecuencia, ya no se cree en los
exorcismos, confirmados en esta incredulidad por el hecho de no haberlos nunca
hecho ni visto. Ya no se estudia, en Teología moral, esa parte que se refiere a
ciertos pecados contra el primer mandamiento: la magia, la nigromancia, el
espiritismo, es decir, las formas de superstición más condenadas por la Biblia
y hoy muy difundidas. Por lo cual no se ha instruido al pueblo de Dios que,
cuando habla el sacerdote de estas materias, se encuentra casi siempre frente a
un mundo de ignorancia e incomprensión.
¿Qué les costaría a las facultades eclesiásticas incluir
textos dedicados a las luchas espirituales de santa Teresita del Niño Jesús,
santa Teresa de Avila, san Juan de la Cruz? ¿Qué les costaría afrontar, texto
en mano, las batallas de los grandes padres del Oriente cristiano contra el
demonio? No costaría nada, pero nadie piensa en ello como si las demás materias
fueran más importantes. Ciertamente son importantes, no lo niego, pero es
también importante conocer la otra parte del cielo, esa que es negra, la que
arrastra a la eterna condenación.
Si a estas 2 grandes carencias, de estudio y de experiencia
directa, añadimos los errores doctrinales de tantos teólogos o biblistas que
llegan incluso a negar los exorcismos del Evangelio, considerándolos «lenguaje
cultural», «adaptación a la mentalidad de la época», entendemos bien en qué
abismo nos encontramos. Es verdad que contra estos errores se ha levantado la
voz de los Pontífices, sobre todo de Pablo VI y Juan Pablo II, y hoy también la
voz de Benedicto XVI; es verdad que la Congregación para la Doctrina de la Fe
publicó el 26 de junio de 1975, incluyéndolo en los documentos oficiales de la
Santa Sede, un documento dedicado a la demonología, pero todo esto no basta. La
incredulidad acerca
de la existencia de Satanás se ha difundido y no le permite a la gente
defenderse del enemigo,
salvarse de sus garras infernales.
Una gran culpa en la Iglesia católica la tienen los obispos.
¿No les corresponde acaso nombrar en las propias diócesis al menos un
exorcista? Sí, a ellos les toca. Pero con frecuencia no hacen nada. ¿Por qué?
Porque son ignorantes en la materia. Porque no han estudiado. Porque no creen
hasta el fondo lo que está escrito en el Evangelio, pero sobre todo porque,
lamento decirlo, no han asistido nunca a un exorcismo. No lo entiendo: a los
aspirantes a médico, aunque lleguen o no a ser cirujanos, se les hace asistir a
operaciones quirúrgicas. ¿Por qué con los seminaristas las facultades
teológicas no adoptan el mismo método? ¡Que los hagan asistir a exorcismos! No
importa si después no se convierten en exorcistas. Por lo menos ven y se dan
cuenta de lo que es una posesión, de cuánto mal puede hacer el diablo, un mal
que puede llevar a la muerte. Es difícil creer en la existencia de Satanás si
jamás se ha asistido a un exorcismo. Añado también que este abandono de 3
siglos de la práctica de los exorcismos ha producido el efecto de que a los
ojos de muchos los mismos exorcismos parezcan algo abominable, monstruoso, a
los que se ha de recurrir absolutamente lo menos que se pueda, o mejor aún si
no se hacen nunca.
Hoy en la Iglesia latina encontrar un exorcista es difícil.
Solo en Italia se ha hecho algo. La mayoría de las demás naciones, por
desgracia, no tienen exorcistas. Por eso la gente busca magos, cartománticos y
a menudo satánicos. La Iglesia católica duerme, pero debería saber que Satanás
no duerme nunca. Siempre está despierto, vigilante, preparado para atacar.
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