Al diablo le da envidia cuando ve cómo vive Antonio

 



Los hechos relatados son una confrontación increíble entre Antonio, un joven convertido en monje, y Satanás. Una confrontación muy similar a la que sucede entre un exorcista y Satanás.

Al diablo le da envidia cuando ve cómo vive Antonio. Y así comienza a vigilarlo. Al principio hace de todo para sacarlo de sus ejercicios ascéticos. Lo tienta recordándole los tiempos en que era rico, los momentos de alegría en familia. Después las tentaciones del dinero, la comida, la vanagloria. Dentro de la mente de Antonio empieza a entrar mucho polvo. Pronto se confunde, señal de que Satanás está trabajando bien con él.

De noche, Satanás tienta a Antonio de todas las maneras posibles. De día lo molesta con pensamientos terribles. Satanás inculca en la mente de Antonio toda clase de tentaciones. Antonio lucha con la única arma que tiene, la oración. A las tentaciones sexuales Antonio responde también con el ayuno. La oración y el ayuno pronto se convierten en un muro insuperable para Satanás. Este, de noche, hace que aparezca en la habitación de Antonio una mujer bellísima y sensual. Ella está ahí solo para él. Un bocado exquisito.

Antonio responde con más oración y más ayuno. Arroja lejos de sí los carbones ardientes de la seducción y la tentación.

Una noche Satanás se le aparece bajo el aspecto de un niño de luz. Entra en la habitación de Antonio y habla.

—A muchos he seducido, a muchos he hecho caer. Y muchas otras cosas he realizado. Ahora en cambio he sido debilitado.

Le dice Antonio:

—¿Quién eres tú para hablar así conmigo?

—Yo soy el amigo de la fornicación, yo soy aquel que acosa a los jóvenes y me llamo espíritu de la fornicación, ¡A cuántos he seducido que querían ser púdicos! ¡A cuántos hombres continentes he convencido, alentándolos! Yo soy aquel que con frecuencia te ha molestado y que tantas veces has rechazado.

—Por eso hasta ahora eres muy despreciable. Eres negro de alma y de aspecto y te has demostrado como un débil muchachito. Por lo demás, tú no me importas. El Señor es mi ayuda y despreciaré a mis enemigos.

Tras estas palabras, Satanás, disfrazado de niño, huye.

Antonio se va a vivir entre los sepulcros cerca de la ciudad. Es un lugar que nadie frecuenta. Se encierra en un sepulcro y empieza sus prácticas ascéticas. Satanás lanza un ataque. Manda contra él a una multitud de demonios. Lo golpean ferozmente. Antonio queda en el suelo como muerto. En un estado de semiinconsciencia Antonio se dirige de esta manera a los demonios:

—Aquí me tenéis, soy Antonio. No huyo de vuestros golpes. Aunque siguierais dándomelos, yo no me separaré del amor a Cristo.

Satanás se queda sin palabras. Y lleno de odio. De modo que convoca a sus perros y les dice:

—Veis que no lo hemos podido vencer ni con el espíritu de la fornicación ni con los golpes; todo lo contrario, se ha vuelto más audaz que nosotros. Acerquémonos a él de otra manera.

Los diablos se convierten en bestias feroces y serpientes. Y por la noche atacan el

sepulcro de Antonio. Llegan al sepulcro osos, leones, serpientes, tigres, leopardos y escorpiones. Todos logran golpearlo y morderlo. Antonio está en el suelo. Parece derrotado. Pero su mente está lúcida. Dice:

—Si tenéis tanto poder, bastaría con que hubiera venido uno de vosotros. Pero como el Señor os ha quitado toda fuerza, tratáis de asustarme con el número. Señal de vuestra debilidad es el hecho de asumir el aspecto de bestias y otros animales. Si de veras tenéis fuerza, ¿por qué vaciláis? Venid. Pero si no podéis, ¿por qué me molestáis inútilmente?

Nosotros tenemos para darnos fuerza el signo de la cruz y la fe que tenemos en el Señor.

En un instante las fieras desaparecen.

Antonio sale vencedor. Ahora se dirige hacia un monte. Es este su refugio. Un monte, él y Dios. Satanás lo ve. No lo pierde de vista. Y en su camino hace que aparezca un enorme vaso de plata.

Antonio dice:

—¿De dónde viene este vaso en el desierto? Este no es un camino recorrido, ni se ven huellas de viandantes, los cuales habrían prestado atención a esto. Además, es tan grande que nadie hubiera podido pasar por el camino sin verlo. Si después alguien lo hubiera dejado caer, quien lo hubiera perdido habría podido volver a buscarlo y encontrarlo. El lugar está desierto. Todo esto son artimañas del diablo, pero tampoco esta vez tú obstaculizarás mi voluntad. Porque este vaso irá a la perdición junto contigo.

Mientras Antonio pronuncia estas palabras, el vaso desaparece en una nube de humo.

Mucha gente comienza a visitar a Antonio. Sienten de alguna manera que es un hombre de Dios. Y se acercan a él. De noche nadie tiene acceso al lugar donde descansa Antonio. De allí se escuchan gritos.

—¡Aléjate de aquí! Y una vez más:

—¿Qué tienes que ver con el desierto? ¡No puedes soportar más nuestras insidias!

Algunos tratan de acercarse al lugar donde Antonio reposa. Logran mirar dentro pero no ven a nadie. Solo a Antonio descansando.

Cuando los gritos se hacen más fuertes, cuando los ataques se vuelven más feroces, se escucha también fuerte y poderosa la voz de Antonio. Canta:

—Que se levante Dios y sean dispersados sus enemigos, y aquellos que le odian huyan de su presencia. Como desaparece el humo, así desaparezcan ellos. Como la cera se derrite en presencia del fuego, así perezcan los pecadores en la presencia de Dios.

De día, Antonio recibe a mucha gente.

A todos les cuenta estas cosas:

«Con nuestras oraciones, nuestros ayunos, nuestra fe en Cristo, los demonios caen de inmediato. Pero aunque caigan no se quedan quietos. Se acercan de nuevo, astuta y solapadamente. Como no han logrado seducir el corazón mediante el placer, tienden otras trampas y forman imágenes que se transfiguran e imitan a mujeres, bestias, serpientes. Pero no hay que temer estas imágenes. No son nada y pronto se esfuman. A veces fingen predecir el futuro. Ellos no conocen el futuro. Solo Dios lo sabe. Cierto día se acercó a mí un demonio muy alto. Me dice: "Yo soy la potencia de Dios. ¿Qué quieres que te dé?". Por toda respuesta soplé contra él pronunciando el nombre de Cristo. En otra ocasión, mientras ayunaba ese diablo volvió a mí bajo el aspecto de un eremita. Me ofreció pan y me dijo: "Come y abandona estas molestias. Eres un hombre. Si sigues así te debilitarás". Respondí con la oración. Y aquel desapareció. Una vez vino a verme Satanás en persona. "¿Quién eres?", pregunté. "Soy Satanás". "¿Por qué has venido hasta aquí?". "¿Por qué se quejan de mí los cristianos? ¿Por qué se quejan de mí?". "Porque tú los molestas". "No soy yo sino ellos los que se inquietan. Yo me he vuelto débil. Ya no tengo lugar, no tengo saeta, no tengo ciudad. Los cristianos están en todas partes. Ahora también el desierto está lleno de eremitas. Que piensen en cuidarse a sí mismos y no me maldigan sin razón". "Aunque seas un mentiroso y nunca has dicho la verdad, esta vez sin embargo has dicho lo cierto. Cristo, al venir, te ha hecho débil, te ha atemorizado y desnudado". Cuando escuchó el nombre de Cristo, no resistió y huyó».

Así habla Antonio. La gente sigue yendo a él. Y pronto comienzan también a llevarle endemoniados.

Por lo demás, es lógico: el pueblo intuye que quien más se dedique a la oración y al ayuno, más preparado está para hacer exorcismos.

Este es el motivo por el que aún hoy, en la Iglesia ortodoxa, para buscar un exorcista basta dirigirse a un monasterio; administrar exorcismos es considerado un carisma y, como lo afirman las Constituciones Apostólicas del 380, «se llega a ser exorcista no por una orden sagrada, sino por decisión personal, buena voluntad, fortaleza de ánimo y gracia».

Entre los endemoniados que le llevan a Antonio hay un hombre ilustre. Está poseído de manera terrible. Se come los dedos. Se golpea. De noche lo dejan cerca de Antonio, que reza por él. Por la mañana, el endemoniado lo agrede. Antonio dice:

—No es él quien hace estas cosas. Sino el demonio que está en él. Como le he ordenado que se vaya a lugares áridos, se ha enfurecido y obra así. Glorifico por lo tanto al Señor. El hecho de haberme agredido es señal de que el demonio se está yendo.

Y en efecto, el hombre de repente se cura. Ahora está libre.

Antonio, como los apóstoles, expulsa a los demonios.

Antonio, como muchos en el primer milenio de la era cristiana, habla de Satanás y pone en guardia contra él. Porque Antonio, como muchos, cree en la existencia de Satanás.

No es así en el segundo milenio ni en nuestros días. Parece que Satanás no exista ya. Pero no es así. Existe, ¡y de qué manera! Y no creer en Satanás es un hecho gravísimo que tiene consecuencias terribles. Es un pecado del cual son responsables, desafortunadamente, muchos hombres de Iglesia.

Todo empieza en el siglo XII. Un período sumamente triste para la Iglesia. Aparecen las grandes herejías. Europa está trastornada por continuas guerras, muerte y destrucción. De repente, las mujeres con problemas de locura ya no son vistas como locas. Sino que se convierten en hechiceras. Precisamente ellas que más que otras deberían haber sido exorcizadas son llevadas a la hoguera. Europa y todo el mundo están llenos, como en toda época histórica, de endemoniadas. A dichas mujeres hubieran servido los exorcismos. Y en cambio rechazan darles esta «medicina» y se las considera carne para quemar.

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