El cardenal
Baronio llevaba en el anillo, grabadas, estas dos palabras: Memento mori:
Acuérdate de que has de morir. El venerable Pedro Ancina, Obispo de Saluzo, había escrito en un cráneo: Fui lo que eres: como soy serás.
UN santo ermitaño a quien preguntaron en la hora de la muerte por qué mostraba tanta alegría, respondió: Tan a menudo he tenido fijos los ojos en la muerte, que ahora, cuando se aproxima, no veo cosa nueva.
¿Qué locura no sería la de un viajero que tratase de ostentar grandezas y lujo no más que en los lugares por donde sólo habría de pasar, y no pensara siquiera en que luego tendría que reducirse a vivir miserablemente donde hubiera de residir durante su vida toda?
¿Y no será un demente el que procura ser feliz en este mundo, donde ha de estar pocos días, y se expone a ser desgraciado en el otro, donde vivirá eternamente?
Quien tiene una cosa prestada, poco afecto suele poner en ella, porque sabe que en breve ha de restituirla. Los bienes de la tierra prestados son, y gran necedad el amarlos, puesto que pronto los hemos de dejar.
La muerte de todo nos despoja. Y todas nuestras propiedades y riquezas acaban con el ¡último suspiro, con el funeral, con el viaje al sepulcro. Pronto cederás a otros la casa que labraste, y la tumba será morada de tu cuerpo hasta el día del juicio, en el cual pasará al cielo o al infierno, donde ya el alma le habrá precedido.
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