El Señor me dijo: “Quiero concederte una nueva gracia”. Mientras esto me decía, he visto en medio de aquel lugar, una bellísima silla de oro. Estaba sentada una santa; pero yo no sabía quién fuera. El Señor me ha dicho: “Esta es mi preciada Teresa (de Jesús); y yo quiero hacértela ver en la misma conformidad de cuando yo la herí con aquel dardo de amor”. Súbitamente me ha parecido que el Señor me hiciera señal de que yo estuviera allí junto a él. He visto a dicha santa, como cuando vivía. Sólo que estaba circundada de una gran luz y tenía los ojos fijos en el Señor.
Súbitamente la he visto estar como en alto, como cuando era elevada en éxtasis. Ante ella había un ángel que parecía todo resplandor. Tenía una flecha de oro en las manos, y se la introdujo en el corazón a santa Teresa. Se ha convertido ella como en un ardiente horno; era todo amor; ardía. En un instante, en el mismo sitio, allí, junto al Señor, ella se ofreció toda a Dios; y me parecía que el Señor me diera a entender que ella, cuando fue herida de amor, en aquel acto, hizo de sí un total despojo, de tal modo que nunca más quiso saber lo que fuera mundo. Enteramente apartada de todo y de todos, y puesta sólo en Dios, no tuvo otro pensamiento que Dios y su alma.
Mientras todo esto me hacía entender, he visto que el Señor tenía en la mano aquella misma flecha que había traspasado el corazón de la santa. Estaba como en actitud de querer hacer lo mismo conmigo; pero me decía: “No está el corazón herido; así es que no puedo herirte”. En este momento compareció mi ángel custodio con una cruz en la mano, que era aquella donde estaba dicho corazón. El Señor lo ha tomado, le ha puesto en medio del corazón amoroso, y luego en un instante lo ha traspasado de parte a parte, con aquella flecha. ¡Oh Dios! ¡Qué ardiente amor parecíame experimentar .
He visto que el Señor llevaba la lanza con la que hirió mi corazón. He sentido gran dolor y me pareció caer al suelo. Me sostuvo mi ángel custodio y entonces vi al Señor quien se aproximó a mí. De su costado salió algo como licor, vertiéndole él sobre mi corazón herido. En un instante salió de la misma herida de mi corazón herido un no sé qué como licor que parecía llegar a la llaga del costado de Jesús de modo que se mezclaban. En ese momento me ha parecido que mi ángel, con aquellos tres santos que muchas veces he indicado, recogían dicho licor .
Cuando salía aquel licor del costado del Señor y de mi corazón herido, ambos se mezclaban y mi ángel custodio recogía dicho licor con algo a la manera de cáliz de oro. Lo mismo hacían los tres santos que se hallaban presentes. Mi ángel vació aquel cáliz en una tacita que tenía sobre el altarcito y aquellos santos desaparecieron con los cálices llenos de licor .
También vi las santísimas llagas de Jesús tan resplandecientes y bellas que me arrebataba solo el verlas. La del costado parecía como una voz que me fuese invitando a que me acercase a ella. Entre aquellos esplendores y rayos brotaba un licor y me parecía que los ángeles con cálices de oro lo recogían. El Señor me hizo ver que en dicho tiempo hacía saborear aquel licor celestial a muchas almas sus amadas, pero no tuve noticias de quiénes fuesen. Al fin se acercó a mí y me concedió aquella gracia. No sé decir la suavidad, ni el olor, ni el vigor y fuerza que me dio. Nada puedo decir. No sé si estaba en el paraíso o cómo estaba. Sabor y licor del paraíso gusté .
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