- Hace algunos años murió mi hermana y esto agravó mi depresión. Tenía complejo de culpa y sentía muchos deseos de comunicarme con ella para decirle que la quería mucho y todo lo que sentía su partida. Alguien me habló de un centro de sicofonía, donde, bajo la guía de personas expertas, se podía uno comunicar con el más allá. Esto se presentaba como resultado de una investigación científica comprobada. Los investigadores habían captado una onda de radio, llamada onda blanca, a través de la cual era posible hablar con las personas fallecidas. Yo caí en la trampa.
Me dirigí con mi madre al centro de sicofonía, donde un señor acogía gratuitamente a las personas que deseaban hablar con sus difuntos. Había unas 25 personas en una sala, donde había una radio enorme con extrañas antenas. El responsable nos pidió ponernos en comunicación mental con la persona deseada del más allá. Después de unos momentos, comenzamos a oír unas voces. Una de las señoras presentes fue llamada por su nombre. Era una mamá que había perdido a su hijo en un accidente. Aquella voz juvenil se presentaba con el nombre del joven difunto. Los dos hablaron unos minutos.
Después, fue nuestro turno. Una voz se presentó con el nombre de mi hermana y me llamó. La voz saludó a mi madre y habló de cosas referentes a mi familia. Pregunté algunas cosas y la voz me respondió. Todo sucedió en unos tres minutos. Después de la sesión, el responsable me dijo que quería enseñarme la técnica de la escritura automática... Me ejercité en casa en esta técnica, creyendo hablar con mi hermana. Después de algún tiempo, cuando me sucedieron malestares inexplicables, entendí que se trataba de un diálogo con el demonio.
Por causa de la sicofonía, si antes estaba mal, ahora estaba mucho peor. Sentía en mi casa la presencia de seres invisibles, no podía dormir ni estudiar. Era como un monstruo, odiaba a todo el mundo y, sobre todo, me odiaba a mi misma. Y de nada me sirvieron las visitas al sicólogo y al siquiatra. Por fin, acudí a un sacerdote exorcista y empecé a asistir a un grupo de oración. También empecé a rezar el rosario, confesarme frecuentemente y a asistir a la misa. Así mejoré totalmente. Ahora, después de ocho años, tengo un título profesional, me he casado y tengo dos hijos. Todo gracias a Dios .
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