¡Ah Señor! ¡Cuántas noches he pasado sin vuestra gracia!... ¡En qué miserable estado se hallaba entonces mi alma!... ¡La odiabais Vos, y ella quería vuestro odio! Condenado estaba ya al infierno; sólo faltaba que se ejecutase la sentencia...
Vos, Dios mío, siempre os habéis acercado a mí, invitándome al perdón. Mas ¿Quién me asegurará que ya me habéis ahora perdonado? ¿Habré de vivir, Jesús mío, con este temor hasta que vengáis a juzgarme?... Con todo el dolor que siento por haberos ofendido, mi deseo de amaros y vuestra Pasión, ¡oh Redentor mío!, me hacen esperar que estaré en vuestra gracia. me Arrepiento de haberos ofendido, ¡oh Soberano bien!, y os amo sobre todas las cosas.
Resuelvo antes perderlo todo que perder vuestra gracia y vuestro amor. Deseáis Vos que sienta alegría el corazón que os busque (1 Co. 16, 10). Detesto, Señor, las injurias que os hice; inspiradme confianza y valor. No me reprochéis más mi ingratitud, que yo mismo la conozco y aborrezco.
Dijisteis que no queréis la muerte del pecador, sino que se convierta y viva Pues todo lo dejo, ¡oh Dios mío!, y me convierto a Vos, y os busco y os quiero y os amo sobre todas las cosas. Dadme vuestro amor, y nada más os pido...
¡Oh María,
que sois mi esperanza, alcanzadme perseverancia en la virtud!
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