Mucho os
agradezco, amado Redentor mío, que me hayáis esperado. ¡Qué hubiera sido de mí
si me hubierais hecho morir cuando tan alejado me hallaba de Vos! ¡Benditas sean
para siempre vuestra misericordia y la paciencia con que me habéis tratado!...
Os doy
fervientes gracias por los dones y luces con que me habéis enriquecido... Entonces
no os amaba ni me cuidaba de que me amaseis. Ahora os amo con toda el alma, y mi
mayor pena es el haber desagradado a vuestra infinita bondad. Atorméntame este
dolor:
¡dulce
tormento que me trae la esperanza de que me hayáis perdonado! ¡Ojalá hubiera muerto
mil veces, dulcísimo Salvador mío, antes de haberos ofendido!... Me estremece
el temor de que en lo futuro pudiera volver a ofenderos...
¡Ah, Señor!
Enviadme la muerte más dolorosa que hubiere antes de que otra vez pierda
vuestra gracia.
Esclavo fui
del infierno; ahora vuestro siervo soy, ¡oh Dios de mi alma!... Dijisteis que
amaríais a quien os amase... Pues yo os amo; soy vuestro y Vos sois mío... Y
como pudiera perderos en lo porvenir, sólo os pido la gracia de que me hagáis
morir antes que de nuevo os pierda... Y si tantos beneficios me habéis dado sin
que yo los pidiera, no puedo
temer me
neguéis éste que os pido ahora. No permitáis, pues, que os pierda. Concededme vuestro
amor, y nada más deseo...
¡María,
esperanza mía, interceded por mí!
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