1. Quien reza el Rosario debe hallarse en
estado de gracia o estar al menos resuelto a salir del pecado. Efectivamente,
la teología nos enseña que las buenas obras y plegarias realizadas en pecado
mortal, son obras muertas que no logran agradar a Dios ni merecer la vida
eterna. En este sentido dice la Escritura: No
corresponde a los pecadores alabar (BenS 15,9).
Ni la alabanza ni la salutación angélica, ni la
misma oración de Jesucristo pueden agradar a Dios cuando salen de la boca de un
pecador impenitente: Este pueblo me honra
con sus labios, pero su corazón está lejos de mí (Mc 7,6).
Esas personas que
ingresan en mis cofradías –dice Jesucristo– que recitan todos los días el
Rosario o parte de él, pero sin contrición alguna de sus pecados, me honran con
los labios, aunque su corazón está lejos de mí.
He dicho “o estar, al menos, resuelto a salir
del pecado”:
1.
Porque si fuera necesario estar en
gracia de Dios para orar en forma que le agrade, la consecuencia sería que
quienes están en pecado mortal no deberían orar –no obstante tener más
necesidad de ello que los justos– y, por consiguiente, no debería aconsejarse a
un pecador que rece el Rosario o parte del mismo, porque le sería inútil. Lo
cual es un error condenado por la Iglesia.
2.
Porque, si te inscribes en alguna
cofradía de la Santísima Virgen, rezas el Rosario o parte de él u otra oración
con voluntad de permanecer en el pecado o sin intención de salir de él,
pasarías a ser del número de los falsos devotos de la Santísima Virgen[1] y de
los devotos presuntuosos e impenitentes que bajo el manto de María, el
escapulario sobre el pecho y el Rosario en la mano, van gritando: “Santa y
bondadosa Virgen, yo te saludo, oh María!” y entre tanto, crucifican y
desgarran cruelmente a Jesucristo con sus pecados y, desde las más santas
cofradías de Nuestra Señora, caen lastimosamente en las llamas del infierno[2].
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