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Señor Jesús, TE RUEGO que sanes las heridas de mi alumbramiento: los traumas físicos y
afectivos que me pudieron perjudicar al nacer, cuando hice irrupción en el
mundo de los hombres. Por el poder de tu
amor y de tu gracia, dame un gran deseo
de nacer y renacer en todo instante, sobre todo
si el miedo me llevó a intentar ahorcarme con el cordón umbilical o bien
a ponerme en mala posición para nacer. Madre
de bondad, intercede para borrar en mi vida en mí toda contaminación visual, auditiva o cinestésica, y todas las secuelas físicas y
psicológicas de las heridas y traumas de aquel momento.
✠ Santísima Trinidad, me recojo ahora unos instantes
para acoger y agradeceros la sanación y la liberación de las heridas habidas en mi gestación y nacimiento.
Gracias, Madre, por haber estado allí
para recibirme en tus brazos tranquilizadores.
Gracias por ponerme en los brazos de tu divino
Hijo, que me acogió al igual que abrazaba a los niños cuando a Él se acercaban. Gracias por presentarme
al Padre, haciéndome saber que soy hijo
de Dios muy amado y también deseado,
sobre quien se ha derramado el Don de tu Espíritu. Ahora os presento también
los primeros años de mi infancia: ¡que
tu Luz los ilumine! Si por la frialdad de mi padre o de mi madre he sufrido, si
no me dieron el amor y la seguridad que
debieran, si he padecido carencias de afecto o
de caricias tranquilizadoras, ¡oh Señor!, envía tu Espíritu de Amor y haz que tu Madre María me envuelva en
sus brazos, me arrulle y me llene de su ternura.
Que Ella me acoja tal como soy, con mis
debilidades de niño pequeño, y que Jesús
venga a besarme, a bendecirme y a imponerme las manos como hizo durante su vida terrena (cf. Mc 10,
13-16).
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