Éste es el testimonio de una víctima…
«Escribo porque me lo han pedido y porque yo también creo que mis palabras pueden ayudar a otros a comprender y obrar de forma correcta. Los primeros síntomas me sorprendieron una noche al acostarme, tras apagar la luz: un terror imprevisto, una inquietud febril de los sentidos, convulsiones. Mi reacción fue adentrarme en lo más profundo de mi ser, en busca de Dios, y rezarle a la Virgen. Me llevó un buen rato hacerlo, pues sufría ataques contra el sexto mandamiento. Estos fenómenos se fueron repitiendo a la hora de acostarme y también sufría tentaciones durante la noche. El sacramento del perdón me daba fuerzas; si no, no habría podido resistir las tentaciones contra el sexto mandamiento, pues una vez que comenzaban persistían con fuerza, a pesar de las oraciones.
El segundo síntoma fueron las convulsiones, que aparecían al empezar las oraciones en común durante el oficio de la mañana, y las tentaciones de desesperación o de suicidio. Mi padre espiritual me dijo que todo ello formaba parte de la lucha espiritual, pero quien me ayudó realmente fue el padre exorcista que me trataba, a menudo por teléfono. Pasé una etapa en la que me costaba mucho estudiar y hasta me costaba comer. Durante un oficio en la capilla, percibí olores fétidos y tuve la impresión de que el agua bendita que guardo en una botella estaba putrefacta. Al día siguiente, el agua estaba perfectamente y ya no olía mal.
Una violenta tentación contra el sexto mandamiento me hizo repetir: “Antes morir que ceder”. Me sirvió de gran ayuda recitar el exorcismo de León XIII y, sobre todo, recibir por teléfono el exorcismo del padre exorcista. El domingo siguiente reaparecieron los mismos síntomas. Llamé al padre exorcista y él me liberó por teléfono. Esto se repitió tres veces en el mismo día. Antes del exorcismo sentía que me volvía loco y tenía fuertes tentaciones contra la vocación; sin embargo, logré superarlas gracias al exorcismo.
En agosto reaparecieron los síntomas: cansancio extremo, jaquecas, la sensación de volverme loco, tristeza, etcétera. El padre me exorcizó en persona. Desde sus primeras palabras empecé a golpear el suelo con los pies. El demonio habló por mi boca; yo en cuanto podía rezaba interiormente, invocando el nombre de Jesús. El agua bendita me daba miedo, la píxide me quemaba en cuanto la acercaban a mí y mi cuerpo hacía movimientos incontrolables. Después del exorcismo todos los males desaparecieron y volvió la paz. Sufrí ataques una vez más, pero los superé con un exorcismo a distancia.
Terminaré diciendo que, para mí, fue muy importante descubrir la existencia del demonio. Desde ese momento empecé a luchar contra él y comprendí que yo no estaba loco. No obstante, sin la intervención de un exorcista no habría superado todo aquello y hubiese perdido mi vocación. También me sentí, y sigo sintiéndome, muy vinculado a la Pasión de Cristo.»
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