La salutación angélica
es tan sublime y elevada, que el Beato Alano de Rupe ha creído que ninguna
creatura puede comprenderla y que solamente Jesucristo, Hijo de María, puede
explicarla.
Deriva su excelencia:
– de la Santísima Virgen a quien fue dirigida;
– de la finalidad de la Encarnación del Verbo para la cual fue traída del
cielo;
– y del arcángel San Gabriel que fue el primero en pronunciarla.
El Avemaría resume,
en la más concisa síntesis, toda la teología cristiana sobre la Santísima
Virgen. En el Avemaría encontramos una alabanza y una invocación. La alabanza
contiene cuanto constituye la verdadera grandeza de María. La invocación
contiene cuanto debemos pedirle y cuanto podemos alcanzar de su bondad.
La Santísima Trinidad reveló la primera parte.
Santa Isabel –iluminada por el Espíritu Santo– añadió la segunda, y la Iglesia
–en el primer concilio de Efeso (431)– sugirió la conclusión, después de
condenar el error de Nestorio y definir que la Santísima Virgen es
verdaderamente Madre de Dios. Ese concilio ordenó que se invocase a la
Santísima Virgen bajo este glorioso título, con estas palabras: Santa María
Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra
muerte[1].
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La Santísima Virgen recibió
esta divina salutación en orden a llevar a feliz término el asunto más sublime
e importante del mundo, a saber, la Encarnación del Verbo eterno, la
reconciliación entre Dios y los hombres y la redención del género humano.
Embajador de esta buena noticia fue el arcángel San Gabriel, uno de los
primeros príncipes de la corte celestial.
La salutación
angélica contiene la fe y esperanza de los patriarcas, de los profetas y de los
apóstoles. Es la constancia y fortaleza de los mártires, la ciencia de los doctores,
la perseverancia de los confesores y la vida de los religiosos (B Alano). Es el
cántico nuevo de la ley de la gracia, la alegría de los ángeles y de los
hombres y el terror y confusión de los demonios.
Por la salutación
angélica, Dios se hizo hombre, una Virgen se convirtió en Madre de Dios, las
almas de los justos fueron liberadas del limbo, se repararon las ruinas del
cielo y los tronos vacíos fueron de nuevo ocupados, el pecado fue perdonado, se
nos devolvió la gracia, se curaron las enfermedades, los muertos resucitaron,
se llamó a los desterrados, se aplacó la Santísima Trinidad y los hombres
obtuvieron la vida eterna.
Finalmente, la salutación angélica es el arco
iris, la señal de la clemencia y de la gracia dadas al mundo por Dios (Bto.
Alano).
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