El Avemaría y Sus bendiciones.




 Esta divina salutación atrae sobre nosotros la copiosa bendición deJesús y María. Efectivamente, es principio infalible que Jesús y María recompensan magnánimamente a quienes les glorifican y devuelven centuplicadas las bendiciones que se les tributan: Quiero a los que me quieren... para enriquecer a los que me aman y para llenar sus bodegas (Prov 8,17.21). Es lo que proclaman a voz en cuello Jesús y María. Amamos a quienes nos aman, los enriquecemos y llenamos sus tesoros. Quien siembra generosamente, generosas cosechas tendrá (ver 2 Cor 9,6).

Ahora bien. ¿no es amar, bendecir y glorificar a Jesús y a María el recitar devotamente la salutación angélica? En cada Avemaría tributamos a Jesús y a María una doble bendición: Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. En cada Avemaría tributamos a María el mismo honor que Dios le hizo al saludarla mediante el arcángel San Gabriel. ¿Quién podrá pensar siquiera que Jesús y María –que tantas veces hacen el bien a quienes les maldicen– vayan a responder con maldiciones a quienes los honran y bendicen con el Avemaría?

La reina del cielo -dicen San Bernardo y San Buenaventurano es menos agradecida y cortés que las personas nobles y bien educadas de este mundo. Las aventaja en esta virtud como en las demás perfecciones y no permitirá que la honremos con respeto sin devolvernos el ciento por uno. “María –dice San Buenaventura– nos saluda con la gracia, siempre que la saludamos con el Avemaría”[1].

¿Quién podrá comprender las gracias y bendiciones que el saludo y mirada benigna de María atraen sobre nosotros? En el momento en que Santa Isabel oyó el saludo que le dirigía la Madre de Dios, quedó llena del Espíritu Santo y el niño que llevaba en su seno saltó de alegría. Si nos hacemos dignos del saludo y bendición recíprocos[2] de la Santísima Virgen, seremos, sin duda, colmados de gracias y un torrente de consuelos espirituales inundará nuestras almas.

El Avemaría: Feliz intercambio.

             Está escrito: Den y se les dará (Lc 6,38). Recordemos la comparación del Beato Alano: “Si te doy cada día ciento cincuenta diamantes, ¿no me perdonarías aunque fueses enemigo mío? Y si eres mi amigo, ¿no me otorgarás todos los favores posibles? ¿Quieres enriquecerte con todos los bienes de la gracia y de la gloria? ¡Saluda a la Santísima Virgen, honra a tu bondadosa Madre!” El que da gloria a su madre se prepara un tesoro (BenS 3,5). Preséntale, al menos, cincuenta Avemarías diariamente, cada una de ellas contiene quince piedras preciosas que agradan más a María que todas la riquezas de la tierra. ¿Qué no podrás, entonces, esperar de su generosidad? Ella es nuestra Madre y amiga.

Es la Emperatriz del universo y nos ama más de lo que todas las madres y reinas juntas amaron a algún mortal. Porque –dice San Agustín– la caridad de la Santísima Virgen aventaja a todo el amor natural de todos los hombres y de todos los ángeles.

                El Señor se apareció un día a Santa Gertrudis, contando monedas de oro. Ella se atrevió a preguntarle qué estaba contando. “Cuento –le respondió Jesucristo– tus Avemarías: ¡son la moneda con que se compra el paraíso!”

El doctor y piadoso Suárez, S.J., estimaba tanto la salutación angélica que solía decir: “¡Daría con gusto toda mi ciencia por el valor de un Avemaría bien dicha!”

                 El Beato Alano de la Rupe se dirige así a la Santísima Virgen: “Quien te ama. oh excelsa María, escuche esto y llénese de gozo:

El cielo exulta de dicha, la tierra, de admiración; cuando digo: ¡Avemaría!

Mientras que el mundo se aterra, poseo el amor de Dios:

cuando digo: ¡Avemaría!

Mis temores se disipan, mis pasiones se apaciguan:

cuando digo: ¡Avemaría!

Mi devoción, se acrecienta, y alcanzo la contrición:

cuando digo: ¡Avemaría!



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Comentarios

  1. Gracias a Dios por tener a la santísima virgen María como madre. Amén.

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