El Avemaría: y sus maravillosos frutos.

 



           Entre las cosas admirables que la Santísima Virgen reveló al Beato Alano de la Rupe y sabemos que este gran devoto de María confirmó con juramento sus revelaciones- hay tres de mayor importancia:

La primera, que la negligencia, tedio y aversión a la salutación angélica -que restauró al mundo- son señal probable e inmediata de reprobación eterna;

La segunda, que quienes tienen devoción a esta divina salutación poseen una gran señal de predestinación;

La tercera, que quienes han recibido de Dios la gracia de amar a la Santísima Virgen y servirla por amor deben esmerarse con el mayor empeño para continuar amándola y sirviéndola hasta que Ella los coloque en el cielo, por medio de su Hijo, en el grado de gloria que conviene a sus méritos (B. Alano, Cap XI).

               Todos los herejes -que son hijos de Satanás y llevan señales evidentes de reprobación- tienen horror al Avemaría. Quizás aprenden el Padrenuestro, pero no el Avemaría. Preferirían llevar sobre sí una serpiente antes que una camándula.

Entre los católicos, aquellos que llevan la marca de la reprobación apenas si se interesan por el Rosario, son negligentes en rezarlo o lo recitan tibia y precipitadamente. Aunque yo no aceptara con fe piadosa lo revelado al Beato Alano, me basta la experiencia personal para convencerme de esta terrible y a la vez consoladora verdad. No sé ni veo con claridad cómo una devoción tan pequeña puede ser señal infalible de eterna salvación, y su defecto, señal de reprobación. No obstante, nada hay más cierto[2]. Vemos, en efecto, que quienes en nuestros días profesan novedosas doctrinas condenadas por la Iglesia, a pesar de su aparente piedad, descuidan en demasía la devoción del Rosario y frecuentemente lo arrancan del corazón de quienes les rodean, con los pretextos más hermosos del mundo[3]. Evitan con cuidado condenar abiertamente el Rosario y el escapulario -como hacen los calvinistas-. Pero su proceder es tanto más pernicioso cuanto más sutil. Hablaremos de ello en seguida.

               Mi Avemaría, mi Rosario o mi corona son mi oración preferida[4] y mi piedra de toque segurísima para distinguir a quienes son conducidos por el Espíritu de Dios de quienes se hallan bajo la ilusión del espíritu maligno. He conocido almas que parecían volar como águilas hasta las nubes, por la sublimidad de su contemplación. Eran, sin embargo, miserablemente engañadas por el demonio. Solo llegué a descubrir sus ilusiones, al ver que rechazaban el Avemaría y el Rosario como indignos de su estima.

El Avemaría es un rocío celestial y divino, que al caer en el alma de un predestinado le comunica una fecundidad maravillosa para producir toda clase de virtudes. Cuanto más regada esté un alma por esta oración tanto más se le ilumina el espíritu, más se le abraza el corazón y más se fortalece contra sus enemigos.

El Avemaría es una flech
a inflamada y penetrante que unida por un predicador a la palabra divina que anuncia, le da la fuerza de traspasar y convertir los corazones más endurecidos, aunque el orador no tenga talento natural extraordinario para la predicación.

El Avemaría fue el arma secreta que -como dije antes sugirió la Santísima Virgen a Santo Domingo y al Beato Alano para convertir a los herejes y pecadores.

De aquí surgió la costumbre de los predicadores de rezar un Avemaría al comenzar la predicación, como afirma San Antonio.


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