Cada golpe representaba un día en el purgatorio, de esta alma




año 1717 en tiempo de Cuaresma como confesor extraordinario a este monasterio de capuchinas y, habiendo muerto mi madre hacía pocos meses, recomendé a sor Verónica rezar al Señor por su alma. A los pocos días me dijo que estaba en el purgatorio y que la Virgen santísima le había dicho que, si ella se ofrecía a sufrir en su lugar y yo le daba la obediencia de hacerlo, obtendría su liberación.
 Yo le di la obediencia y, después de algunos días, me dijo que ya había sido liberada y que, cuando estaba oyendo la misa, la había visto libre. Yo le manifesté que no me bastaban sus palabras y quería una señal especial de su liberación, que rezase al Señor por ello. Y, estando ella rezando en la iglesia y yo en el confesonario, oí debajo del pavimento del confesonario unos golpes profundos. Yo me quedé sorprendido y con temor.
 Le pregunté qué significaba aquello y me respondió que no los había sentido. Continuó en oración y continuaron los golpes debajo del confesonario. Al fin me pudo decir que la Virgen le había dicho que esos golpes eran la señal que yo había pedido de la liberación de mi madre y que, tantos cuantos habían sido los golpes, así debían haber sido los días que debía haber pasado aún en el purgatorio, si Verónica no hubiera sufrido por ella. 

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