Aunque la devoción del Santo Rosario ha sido
autorizada por el cielo con muchos milagros y ha recibido la aprobación de la
Iglesia mediante Bulas pontificias, no faltan hoy libertinos, impíos y gentes
orgullosas que se atreven a difamar la cofradía del Santo Rosario o alejar de
ella a los fieles[1]. Es
fácil reconocer que sus lenguas están infectadas con el veneno del infierno y
que se mueven a impulso del Maligno. Nadie, en efecto, podría desaprobar la
devoción del Santo Rosario sin condenar al mismo tiempo lo más piadoso que
existe en la religión cristiana, a saber: la oración dominical, la salutación
angélica, los misterios de la vida, muerte y gloria de Jesucristo y de su
Santísima Madre.
Estos orgullosos no pueden soportar que se
rece el Rosario y caen con frecuencia, inconscientemente, en el criterio
reprobable de los herejes que detestan el Rosario y la corona. Aborrecer las
cofradías es alejarse de Dios y de la auténtica piedad, dado que Jesucristo
asegura que se halla entre quienes se reúnen en su nombre. Ni es ser buen
católico despreciar tantas y tan grandes indulgencias como la Iglesia concede a
la cofradía. Finalmente, disuadir a los fieles de que pertenezcan a la cofradía
del Santo Rosario, es obrar como enemigo de la salvación de las almas, ya que
por medio de ella abandonan el pecado para abrazar la piedad. San Buenaventura
afirma, con razón en su salterio, que quien desprecia a la Santísima Virgen
morirá en pecado y se condenará. ¡Qué castigos no deben esperar a quienes
alejan a los demás de la devoción hacia ella.
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