De las Actas de Canonización de Santa Francisca Romana, año 1608 Santa Francisca Romana ya desde pequeña veía siempre a su lado al Angel de la Guarda, que velaba por ella día y noche, éste se avergonzaba y se apartaba cuando ella cometía una falta, o cuando escuchaba conversaciones profanas. Jamás la dejó un solo instante, y en ocasiones, como favor especial, le permitía ver el esplendor de su figura. Ella lo describe así: "Era de una belleza increíble, con un cutis más blanco que la nieve y un rubor que superaba el arrebol de las rosas. Sus ojos, siempre abiertos tornados hacia el cielo, el largo cabello ensortijado tenía el color del oro bruñido. Su túnica llegaba al suelo y era de un blanco algo azulado y, otras veces, con destellos rojizos. Era tal la irradiación luminosa que emanaba de su rostro, que podía leer maitines en plena media noche". En una ocasión, el escéptico padre de Francisca la requirió el honor de ser presentado a esta criatura "imaginaria". Dicho y hecho. Ella tomó al Ángel de la mano, y uniéndola a la de su padre, los presentó, pudiendo el último verlo y así no volver a dudar. 9 Aquel Espíritu celestial irradiaba una tal luz que Francisca podía leer o trabajar de noche, sin dificultad alguna, como si fuese día. Y le iluminaba el camino cuando precisaba salir de noche. En la luz de ese Arcángel, ella podía ver los pensamientos más íntimos de los corazones. Recibió, además, el don del discernimiento de los espíritus y el de consejo, los cuales usaba para convertir a los pecadores y reconducir a los desviados al buen camino. Muchos años más tarde, el 13 de agosto de 1439, Francisca notó un cambio en la faz y la actitud del Arcángel. La faz se volvió más brillante, y el Arcángel le dijo: “Voy a tejer un velo de cien nudos, después otro de sesenta, y después otro de treinta”. Ciento noventa días después de esta visión Francisca murió. . Un año después de la muerte de su hijo Evangelista, (1413) Francisca le vio en su oratorio teniendo a su lado un joven del mismo tamaño, pareciendo ser de la misma edad, pero mucho más bello. ¿Eres realmente tú, hijo de mi corazón? — preguntó ella. Él respondió que estaba en el Cielo, junto a aquel esplendoroso Arcángel que el Señor le enviaba para auxiliarla en su peregrinación terrestre. “Antes de poco, dijo el aparecido, mi hermana Inés vendrá a reunírseme. Pero he aquí mi compañero que de ahora en adelante será el tuyo, día y noche lo verás a tu lado y él te asistirá en todo –agregó--: es un Arcángel que el Señor te envía, y que ya no te abandonará”. Desde aquel momento, Francisca pudo leer y trabajar de noche como en pleno día, porque el Arcángel era una luz visible sólo para ella. Esta luz tan pronto estaba a su derecha como a su izquierda. 10 VISIONES DE SANTA FRANCISCA ROMANA
De las Actas de Canonización de Santa Francisca Romana, año 1608 Santa Francisca Romana ya desde pequeña veía siempre a su lado al Angel de la Guarda, que velaba por ella día y noche, éste se avergonzaba y se apartaba cuando ella cometía una falta, o cuando escuchaba conversaciones profanas. Jamás la dejó un solo instante, y en ocasiones, como favor especial, le permitía ver el esplendor de su figura. Ella lo describe así: "Era de una belleza increíble, con un cutis más blanco que la nieve y un rubor que superaba el arrebol de las rosas. Sus ojos, siempre abiertos tornados hacia el cielo, el largo cabello ensortijado tenía el color del oro bruñido. Su túnica llegaba al suelo y era de un blanco algo azulado y, otras veces, con destellos rojizos. Era tal la irradiación luminosa que emanaba de su rostro, que podía leer maitines en plena media noche". En una ocasión, el escéptico padre de Francisca la requirió el honor de ser presentado a esta criatura "imaginaria". Dicho y hecho. Ella tomó al Ángel de la mano, y uniéndola a la de su padre, los presentó, pudiendo el último verlo y así no volver a dudar. 9 Aquel Espíritu celestial irradiaba una tal luz que Francisca podía leer o trabajar de noche, sin dificultad alguna, como si fuese día. Y le iluminaba el camino cuando precisaba salir de noche. En la luz de ese Arcángel, ella podía ver los pensamientos más íntimos de los corazones. Recibió, además, el don del discernimiento de los espíritus y el de consejo, los cuales usaba para convertir a los pecadores y reconducir a los desviados al buen camino. Muchos años más tarde, el 13 de agosto de 1439, Francisca notó un cambio en la faz y la actitud del Arcángel. La faz se volvió más brillante, y el Arcángel le dijo: “Voy a tejer un velo de cien nudos, después otro de sesenta, y después otro de treinta”. Ciento noventa días después de esta visión Francisca murió. . Un año después de la muerte de su hijo Evangelista, (1413) Francisca le vio en su oratorio teniendo a su lado un joven del mismo tamaño, pareciendo ser de la misma edad, pero mucho más bello. ¿Eres realmente tú, hijo de mi corazón? — preguntó ella. Él respondió que estaba en el Cielo, junto a aquel esplendoroso Arcángel que el Señor le enviaba para auxiliarla en su peregrinación terrestre. “Antes de poco, dijo el aparecido, mi hermana Inés vendrá a reunírseme. Pero he aquí mi compañero que de ahora en adelante será el tuyo, día y noche lo verás a tu lado y él te asistirá en todo –agregó--: es un Arcángel que el Señor te envía, y que ya no te abandonará”. Desde aquel momento, Francisca pudo leer y trabajar de noche como en pleno día, porque el Arcángel era una luz visible sólo para ella. Esta luz tan pronto estaba a su derecha como a su izquierda. 10 VISIONES DE SANTA FRANCISCA ROMANA
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