Según
indicaciones de Nuestro Señor, el sirviente principal volvió a disponer de
nuevo la mesa, que habían retirado un poco. Colocándola en medio de la sala,
puso sobre ella una jarra lleno de agua y otra llena de vino. Pedro y Juan
fueron a la parte de la sala en donde estaba el horno del cordero pascual, a
buscar el cáliz que habían traído desde casa de Serafia y que tenían guardado
en su bolsa. Lo sujetaron entre los dos, a la manera de un tabernáculo, y lo
dejaron sobre la mesa, delante de Jesús. Había también allí una fuente ovalada
con tres panes sin levadura dispuestos sobre un paño de lino, junto con el
medio pan que Jesús había guardado de la cena pascual. A su lado tenía asimismo
un jarro con agua y vino y tres recipientes, uno con aceite espeso, otro con
aceite claro y el tercero vacío. Desde
tiempos inmemoriales se observaba la costumbre de comer del mismo pan y beber
de la misma copa al finalizar la comida, como signo de fraternidad y amor, y
para dar la bienvenida o despedirse. Creo que en las Sagradas Escrituras se
habla más de esto.
En la
Última Cena, Jesús elevó esa costumbre, que hasta entonces había sido un rito
simbólico y figurativo a la dignidad del más grande Sacramento. Posteriormente,
entre los cargos presentados ante Caifás, a partir de la traición de Judas,
Jesús fue acusado de haber introducido una novedad en la ceremonia de Pascua;
sin embargo, Nicodemo demostró cómo en las Escrituras eso ya constaba como una
práctica antigua.
Jesús
se encontraba entre Pedro y Juan, las puertas estaban cerradas, y todo tenía un
aire misterioso y solemne. Cuando el cáliz fue sacado de su bolsa, Jesús oró y
habló a sus apóstoles con gran seriedad. Yo vi a Jesús explicándoles el
significado de la Cena y toda la ceremonia, y me hizo pensar en un sacerdote
enseñando a otros a decir misa.
Jesús
tenía delante una bandeja en la cual reposaban los vasos, y tomando el paño de
lino blanco que cubría el cáliz, lo extendió sobre la bandeja. Después le vi
quitar de encima del cáliz una tapa redonda y ponerla sobre la misma bandeja. A
continuación, retiró el paño que cubría los panes ácimos y los puso sobre; sacó
también de dentro del cáliz una copa más pequeña y repartió a su derecha y a su
izquierda las seis copas de que estaba rodeado. Entonces bendijo el pan y el
aceite, levantó con las dos manos la bandeja con los panes, elevó la mirada,
rezó, ofertó, depositó de nuevo la bandeja sobre la mesa y volvió a cubrirla.
Tomó luego el cáliz, hizo que Pedro echara vino en él y que Juan añadiera un
poco de agua que Jesús había bendecido antes; a continuación, bendijo el cáliz,
lo elevó orando, lo ofreció y lo colocó de nuevo sobre la mesa.
Juan y
Pedro le echaron un poco de agua sobre las manos, encima del plato en el que
habían estado los panes. Jesús recogió, con la cuchara insertada en el pie del
cáliz, un poco del agua vertida sobre sus manos y la vertió a su vez sobre las
de ellos; después, el plato fue dando la vuelta a la mesa y todos se lavaron
las manos sobre él. Todo esto me recordó extraordinariamente el sagrado
sacrificio de la misa.
Mientras tanto, Jesús se mostraba cada vez más
tierno y afectuoso con sus discípulos; les repitió que iba a darse a ellos
entero, todo lo que él tenía, es decir, Él mismo, como si estuviera transido de
amor. Le vi volverse transparente, hasta parecer una sombra luminosa. Partió el
pan en varios trozos y los dejó sobre la bandeja; cogió un poco del primer
pedazo y lo echó en el cáliz. En el momento en que hizo eso, me pareció ver a
la Santísima Virgen recibiendo el sacramento espiritualmente, aun no estando
presente. No sé cómo, pero me pareció verla entrar, caminando sin tocar el
suelo, y llegar hasta donde estaba Nuestro Señor para recibir de Él la Sagrada
Eucaristía; después ya no la vi más. Aquella mañana, en Betania, Jesús le había
dicho que celebraría la Pascua con ella en espíritu, y le había indicado la
hora en que debía ponerse a orar para recibir la Eucaristía.
Jesús
rezó y les enseñó aún unas cuantas cosas más sus palabras salían de su boca
como un fuego luminoso, y como tal entraban en los apóstoles, en todos excepto
en Judas. Cogió la bandeja con los trozos de pan y dijo: «Tomad y comed, éste
es mi cuerpo, que será entregado por vosotros.» Extendió la mano derecha en
señal de bendición, y mientras lo hacía todo Él resplandecía. Sus palabras eran
luminosas, y el pan entraba en la boca de los apóstoles como una sustancia
brillante; yo vi cómo la luz penetraba en todos ellos; sólo Judas permanecía en
tinieblas. Jesús ofreció primero el pan a Pedro, después a Juan, y a
continuación hizo señas a Judas para que se acercara. Judas recibió el
Sacramento en tercer lugar, pero las palabras de Nuestro Señor parecían huir de
la boca del traidor y volver a Él. Esa visión me perturbó tanto que no puedo
describir mis sentimientos. Jesús le dijo: «Haz cuanto antes lo que tienes que
hacer.» Después administró el Sacramento a los demás, apóstoles que fueron
aproximándose de dos en dos.
Jesús
sujetó el cáliz por sus dos asas y lo elevó hasta su cara pronunciando las
palabras de consagración. Mientras lo hacía se lo veía transfigurado y
transparente, como si todo su ser lo hubiera abandonado para pasar a estar
contenido en el pan y el vino. Dio de beber a Pedro y a Juan del cáliz que
sostenía en la mano y luego lo dejó de nuevo sobre la mesa. Juan vertió la
divina sangre del cáliz en las copas pequeñas y Pedro se las entregó a los
apóstoles, que bebieron dos de la misma copa. No estoy muy segura pero creo que
Judas también bebió un sorbo del cáliz. Después ya no volvió a su sitio, sino
que se fue inmediatamente del cenáculo; los demás creyeron que iba a cumplir un
encargo de Jesús. Se fue sin rezar y sin dar gracias, con la gran ingratitud
que supone retirarse sin dar gracias después del pan cotidiano, mucho más tras
haber recibido el pan de vida eterna de los ángeles. Durante toda la cena
estuve viendo al lado de Judas una figura terrorífica, cuyos pies eran como un
hueso seco; pero cuando Judas llegó a la puerta del cenáculo, vi tres demonios
a su alrededor: el uno entraba en su boca, el otro le daba prisa y el tercero
corría ante él. Era de noche y parecían irle alumbrando el camino; Judas corría
como un insensato.
Nuestro Señor echó un resto de la divina
sangre, que había quedado en el fondo del cáliz, la pequeña copa que había
estado en su interior; después puso sus dedos sobre el cáliz y Pedro y Juan
echaron de nuevo agua y vino sobre ellos. Después les dió a beber otra vez del
cáliz y lo que quedó lo echó en las copas y lo repartió entre los demás
apóstoles. A continuación, Jesús limpió el cáliz, metió dentro la pequeña en la
que había guardado el resto de la sangre divina, puso encima la bandeja con lo
que quedaba del pan consagrado, le colocó la tapadera, envolvió el cáliz y lo
situó en medio de las seis copas. Yo vi como, después de la Resurrección, los
apóstoles comulgaban con los restos del Santísimo Sacramento.
No
recuerdo que el Señor comiera o bebiera el pan y el vino consagrados, tampoco
vi que Melquisedec lo hiciera cuando ofreció él también pan y vino. Pero sé por
qué los sacerdotes participan del Sacramento aunque Jesús no lo hiciera. Si los
ángeles la hubieran distribuido, ellos no hubieran participado de la
Eucaristía; pero si los sacerdotes no participaran, lo que queda de la
Eucaristía se perdería, así que lo hacen para preservarla.
Había
una indescriptible solemnidad en todo lo que Jesús hizo durante la Sagrada
Eucaristía, y cada uno de sus movimientos estaba lleno de majestad. Vi que los
apóstoles anotaban cosas en unos pequeños trozos de pergamino que llevaban
consigo. Varias veces durante la ceremonia los vi también inclinarse unos ante
otros, como hacen nuestros sacerdotes.
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