El padre Giovanni Salernos habla de sus experiencias con el maligno. He conocido la fuerza de Satanás

 

... Jamás olvidaré a una pobre mujer que un día me entregó a su niño, suplicándome con lágrimas en los ojos que le encontrara a alguien que lo adoptara en Europa, en Italia, y me lo dejó. Esta pobre mujer era una esclava. Su patrona, una maestra, era la dueña del pueblo, dueña de las vacas, dueña de todo. Cuando supo el hecho, desencadenó un infierno contra mí, obligando a la mamá del niño a buscarme para que se lo devolviera... Decidí ensillar el caballo y viajar hasta aquel pueblo, que se hallaba en lo alto de una montaña desde la cual todos los pobladores del pueblo podían observarme, cuando me acercara a aquel lugar. Llegado a la entrada del poblado, el caballo no pudo dar un paso más. Con su cabeza hacía grandes esfuerzos para avanzar, pero inútilmente, pues parecía como si tuviese delante de sí una muralla que no podía atravesar.

 

Entonces, bajé del caballo, recé una oración de liberación contra el maligno y rocié el caballo con agua bendita. Hecho esto, el caballo volvió inmediatamente a galopar


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Podría narrar muchas otras anécdotas acerca del demonio. Por ejemplo, Satanás se ensañó conmigo y empezó a inquietarme y atormentarme con terribles temores y angustias que llegaron a enfermarme del corazón. Ninguna medicina podía devolverme la serenidad y la salud, a tal punto que solamente con mucho esfuerzo, y sin levantarme de la cama, lograba celebrar la santa misa. Pero le rezaba a la Virgen, le rezaba, le rezaba... Oraba y no me cansaba de rezar rosario tras rosario todo el día. Pero, cuando mi situación se agravó, pedí a Alipio, el chofer de la Misión que me llevara al Cuzco. En un determinado momento del viaje, a mitad del camino entre Cotabambas y Cuzco, nos detuvimos para descansar un poco. Fue entonces, mientras bajaba del coche, cuando sentí como una fuerza misteriosa que dejaba mi cuerpo. Sentí algo así como un ser que salía de mi cuerpo, al mismo tiempo que volvían a mí el vigor y la alegría de vivir

 

Hablando personalmente con el padre Salerno, me dijo que parece que le hicieron algún maleficio y que la salida del demonio de su cuerpo no fue algo sentimental, sino un hecho que lo sintió verdaderamente como muy real. 

 

El padre Beppino, exorcista, cuenta lo que sucedió en África.



 

Un domingo en Dakar, capital de Senegal, después de la misa de 11 a.m. en nuestra parroquia, una señora desconocida vino a verme. Tenía la mejilla derecha muy hinchada. Y yo le dije: Te han hecho un maleficio de muerte. Llamé a tres jóvenes que colaboraban conmigo en el ministerio de liberación y fuimos a un lugar apartado de la misión para orar. Después de algunos minutos de oración, mientras le ungía con aceite exorcizado, vimos cómo la mejilla quedaba normal. Y la señora, como si se despertase de un sueño, repetía: ¿Dónde estoy? ¿Qué me han hecho?

 

Nos dijo que tenía una farmacia, donde trabajaban dos muchachas que tenían un modo extraño de comportarse. Le di una botella de agua bendita para beberla. El lunes vino a la iglesia bien vestida y me dijo: Padre, he seguido sus consejos. He bebido el agua bendita, he esparcido sal bendita y he ungido las puertas de mi casa con aceite bendito. Me he puesto a buscar y he encontrado estos amuletos: un pájaro muerto y unos huesos. Esta noche, mientras oraba, sentía dolor en un oído. Me he puesto un pañuelo y se ha llenado de pequeñísimas conchitas y arena finísima, que salía de mi oído. Ahora estoy muy bien y quiero dar testimonio de mi curación. 

 

Esta señora había sido liberada de un maleficio de muerte y ahora es fidelísima en asistir a la misa y al grupo de oración[3].

 

Un día, a las ocho de la tarde, regresé cansado a nuestra Misión de Dakar. Mientras rezaba el rosario, paseando delante de la iglesia, se me acercó un anciano. Nos sentamos y me dijo que tenía mucho miedo, porque sospechaba que su mujer le había hecho un maleficio, pues tenía infectado el bajo vientre. Le dije que cerrase los ojos y, mientras rezaba por él, sentí salir de su vientre, de golpe, el quiquiriquí de un gallo. Continué rezando y cantando en lenguas y, por seis veces consecutivas, seguí oyendo el quiquiriquí. Entonces, comprendí que, para hacerle daño, su esposa había sepultado vivo un gallo. Yo rompí el maleficio en el Nombre de Jesús y con su autoridad. Desde aquel momento, no oí más el canto del gallo y el anciano se levantó, diciendo que se sentía mucho mejor[4].

 

Pero no todos los maleficios son iguales. Hay maleficios hechos en forma de ligadura, usados frecuentemente para dañar al niño en el vientre de su madre. La finalidad es la deformación de aquellas partes del cuerpo, que son ligadas con un objeto o muñeco para que el niño no pueda desarrollarse normalmente, tanto física como mentalmente. A veces, se hacen maleficios para separar novios, que se quieren mucho. Ha sucedido que una chica estaba enamorada del novio de su mejor amiga. Para conseguirlo fue a un brujo. Así consiguió su amor y se casó con él. Pero el matrimonio fue algo horrible. No se aceptaban ni se querían, pero el marido no se decidía a abandonarla. Vivían como en un infierno. Con frecuencia, la víctima no sabe que es víctima de un maleficio y, si acude a otro brujo malo para que le ayude, complicará las cosas aún más.

Hay ocasiones en que algunos brujos destruyen las ataduras o maleficios, curando a los interesados temporalmente, pero hacen que su mal pase a su esposa o hijos o padres o hermanos. Y estos males se manifiestan, a veces, como una pérdida de fe, un continuo estado de pecado, frecuentes depresiones, miedos, suicidios o accidentes.

 

A una monjita le hicieron maleficio y ella encontraba continuamente partículas de hostias sobre su ropa en gran número. Al principio, se asustó pensando que serían partículas de hostias consagradas. Cuando me consultaron, les dije que no temieran pues eran producto del diablo y que las quemaran. Era una manera de crear temor y sufrimiento, pero con oración todo pudo normalizarse[5].

 



[1] Salerno Giovanni, Misión andina con Dios, Ed. Edibesa, Madrid, 2004, p.77.

[2] ib. p. 78.

[3] Co Beppino, Liberazione e guarigione, Ed. Villadiseriane, 2003, p. 84.

[4] ib. p. 86.

[5] Gemma Andrea, o.c., pp. 143-144.

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