San Pablo lo detalla en su segunda carta a los corintios: “Pues, aunque procedemos como quien vive en la carne, no militamos según lacarne, ya que las armas de nuestro combate no son carnales; es dios quien les da la capacidad para derribar torreones” (2Cor 10, 3-4).
Se trata pues de armas espirituales, ya que el enemigo, como el combate, es espiritual. Son principalmente la oración y el ayuno. San Pablo precisa en qué consisten dichas armas en su carta a los efesios (Ef 6, 11-17): “Por eso, -dice el Apóstol- tomad las armas de
Dios…
1. ceñid la cintura con la Verdad, y
2. revestid la coraza de la Justicia (es decir, la santidad);
3. calzad los pies con la Prontitud para el Evangelio de la paz.
4. Embrazad el escudo de la Fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno.
5. Poneos el casco de la Salvación (que consiste en vigilar cuidadosamente los propios pensamientos) y
6. Empuñad la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios”.
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