Es el proceso de expulsión de los demonios. A menudo, para echarlos con más eficacia, habrá que saber cómo han llegado. Por eso se empezará por pedir al Espíritu Santo que nos muestre los “asideros” que han aprovechado para agarrarse o las “puertas”, las “vías de acceso”, las “brechas” que nosotros (u otros) les hemos abierto en el curso de nuestras vidas.
A continuación es necesario identificarlos (el espíritu de duda, el espíritu de rencor, de envidia, de maleficio, etc.).
Por fin, desarraigarlos, echarlos fuera y sellar toda vía de acceso con el sello perpetuamente inviolable de la Sangre de Cristo .
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