siguiente, encontró a su hijo con vista.

 

Una mujer llamada Fina y su marido Tomasino, como tenían un hijo llamado Antonio, que debido a una grave enfermedad perdió la vista, recurrieron al sepulcro del San Nicolás de Tolentino para obtener el remedio de su hijo, quien había estado ciego por mucho tiempo. Velando toda la noche del Día de Todos los Santos, prometió Fina a San Nicolás que, si sanaba a su hijo, le ofrecería en agradecimiento una figura de cera. Al amanecer del día siguiente, encontró a su hijo con vista. 

No solo alcanzaron este beneficio, sino otro no menor: al tener otro hijo que, debido a una gravísima enfermedad, había perdido casi todos los sentidos y quedado como un tronco, sin rasgos humanos y con la ferocidad de una bestia, mordía a todos los que podía. Lo llevaron, atado con una gruesa cadena, al sepulcro de San Nicolás, donde, con fervorosas oraciones, le pidieron ayuda. Escuchando sus súplicas, el Santo le devolvió los sentidos, le quitó la ferocidad y el joven, agradecido, comenzó a invocar el nombre del Santo.

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