San Antonino de Florencia, en su obra (Cuento o relato citado en la Summa Theologica, describe la historia de una viuda que cayó en un pecado deshonesto y nunca llegó a confesarlo. La narración tiene un fuerte tono moral y didáctico, utilizado para ilustrar las trampas del pecado y las consecuencias de la falta de arrepentimiento sincero.
Hubo una mujer en aquel siglo que vivía como viuda, sola y con libertad y hacienda, condiciones que el autor considera grandes tropiezos para un alma cuando no hay suficiente devoción a Dios. Aunque al principio de su viudez vivía con recato, pronto su fervor espiritual disminuyó. El demonio tentó a un joven lascivo y atrevido para que la rondara y procurara su atención.
Al inicio, la mujer rechazó al joven, pero, poco a poco, con sus pláticas frecuentes, promesas y regalos, le permitió la entrada en su vida. Finalmente, cometieron un pecado deshonesto, lo que anuló sus buenas obras: las limosnas, los ayunos, las confesiones y las comuniones.
El demonio, que le quitó la vergüenza para pecar, después se la devolvió con tal intensidad que jamás se atrevió a confesar su falta, a pesar de continuar confesándose y realizando penitencias, ayunos y otras devociones, creyendo que con ellas podría alcanzar el perdón.
Ella siempre iba al un convento a visitar a su hermana menor y todos la tenían como una santa,por qué siempre iba a llevar limosnas a los pobres para que lo procurarán en el convento.
Tras su fallecimiento, el convento, lleno de tristeza, lamentó la pérdida de aparentemente santa y ejemplar. Creyendo en su santidad, las religiosas incluso esperaban milagros tras su muerte. Sin embargo, Dios permitió una revelación que desenmascaró la verdadera situación del alma de la difunta.
Su hermana con quien había hecho un pacto antes de su muerte, pidió a la difunta que se le apareciera para dar cuenta de su estado espiritual si Dios lo permitía. Aquella misma noche, estando en el coro, la monja escuchó un ruido extraño y vio una figura fantasmal que lanzaba lamentos desgarradores. Aunque al principio se asustó, fortalecida por Dios, le preguntó quién era. La figura respondió:
"Soy tu hermana que murió ayer y estoy condenada al fuego eterno."
Sorprendida, la monja replicó:
" con tanta santidad y tantas penitencias, condenada al infierno?"
El alma contestó:
"Sí, porque cometí en el mundo un pecado deshonesto, y por soberbia nunca me atreví a confesarlo. Avisa esto a todas las monjas. No tienen que rogar por mí, pues los sufragios y oraciones no me sirven de provecho alguno."
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