Mira lo que has de hacer y decir antes que salgas de tu casa; y cuando volvieres, examina lo que hiciste y dijiste.
De dos tiempos ten mucha cuenta. El uno es a la mañana, para pensar lo que has de hacer. El otro es a la tarde, para ver lo que has hecho.
Antes que pongas el pie en alguna parte, pon primero el ojo, porque anteceda la sabiduría a todas tus cosas.
Y dado que en todo conviene haber prudencia, pero singularmente es necesaria en la lengua, para saber callar en su tiempo y hablar en el suyo. Así dijo el Sabio: El que dominara su lengua es prudentísimo (Proverbios 10). Y en otra parte: El prudente callará a su tiempo (Proverbios 11).
Pero porque de esta materia ya se ha tratado en la modestia de las palabras, allí se remite lo que más se podrá decir
A esta divina prudencia contradicen muchas cosas. Porque, como dice San Lorenzo Justiniano en el capítulo cuarto de la prudencia:
Unos quieren saber por querer saber, y esta es curiosidad.
Otros quieren saber para ser conocidos, y esta es vanidad.
Otros quieren saber para vender su ciencia, y esta es mercadería o negociación.
Otros quieren saber para hacer mal, como dijo Jeremías: Son sabios para hacer mal, y no saben hacer bien (Jeremías 4).
Y esta es prudencia de carne, o de tierra, o diabólica. La prudencia carnal es la que sabe medios convenientes para su regalo o deleite, de la cual dijo San Pablo: La prudencia de la carne es muerte (Romanos 8).
Otra es prudencia de la tierra, cual tienen los codiciosos, como dijo Baruc de los hijos contrarios a Agar, que buscaron la prud
encia para ser ricos (Baruc 3).
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