por amor de Dios

 


Había en Bolonia una noble viuda que tenía un hijo único y muy querido. Un día, mientras este se divertía con otros jóvenes, pasó un extranjero que interrumpió el juego. El hijo de la viuda le reprendió ásperamente, y el extranjero, resentido, sacó un puñal, se lo clavó en el pecho y, dejándolo agonizando en el suelo, huyó calle abajo con el arma ensangrentada en la mano. Entró en la primera casa que encontró abierta.

Allí suplicó a la dueña, por amor de Dios, que lo ocultara. Ella, que era precisamente la madre del joven asesinado, accedió y lo escondió. Mientras tanto, llegó la justicia buscando al asesino. Al no hallarlo, uno de los presentes comentó:

—Sin duda esta señora no sabe que el muerto es su hijo, pues, de saberlo, nos entregaría al culpable, que seguramente está aquí.

Al escuchar estas palabras, la madre estuvo a punto de morir de dolor. Sin embargo, recobró el ánimo y, aceptando la voluntad divina, no solo perdonó al asesino de su hijo, sino que le entregó dinero y el caballo del difunto para que huyera con más rapidez. Más tarde, incluso lo adoptó como hijo.


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