"Aprende," te dice el Espíritu Santo, "del ejemplo de la abeja." Ella ama la miel de su panal, vive para ello y se sustenta de su trabajo. Sin embargo, apenas percibe el olor del estiércol quemado, olvida la dulzura de la miel y huye, rechazada por la pestilencia.
Así también sucede con los placeres del mundo. Aunque parecen dulces como la miel, esconden el hedor de los vicios que, tarde o temprano, nos abruman. Atiende al olor desagradable de esos deseos quemados por su propia corrupción, y aprenderás a rechazar lo que ahora anhelas con tanta intensidad.
Como San Rafael aconsejó a Tobías, el humo del sacrificio puede ahuyentar a los demonios. Así también, debemos alejarnos de aquello que nos aleja de la virtud y puede causar peligros y caídas.
Por otro lado, al igual que las abejas son atraídas por la fragancia de las flores, nuestras almas deben buscar los aromas espirituales de la virtud, ascendiendo hacia la gloria eterna. Estos "aromas" son los buenos actos y las virtudes, que nos llevarán a coronarnos en los brazos del Esposo Divino.
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