A esta mínima clase se pueden reducir aquellos hombres perniciosos y torpes, de quienes dice Salomón que, cuando son descubiertos en su maldad, dicen que se burlaban y que hablaron y obraron por modo de chanza. Sus palabras son como saetas y lanzas venenosas de muerte. Y ellos las explican como si fueran graciosidades.
El abuso pernicioso y escandaloso que se ha introducido en algunas ciudades y pueblos grandes, de hablar por los dedos los hombres con las mujeres, aunque sea de lejos, conviene reprenderlo mucho. Primero, por el mal ejemplo, ya que regularmente se piensa lo peor. Y segundo, porque el profeta Isaías abomina ese modo de hablar por los dedos.
Hablar por señas torpes también se reduce a la especie maligna de palabras deshonestas. Por eso dijo Salomón que el hombre torpe y deshonesto habla con los ojos, con las manos, con los dedos y con los pies.
Aquellos que enseñan a pecar a otros deben confesarse de ello y del escándalo grave que causaron, porque tal vez fueron el origen de innumerables pecados que aquellas criaturas siguieron, por haberles enseñado el mal que no sabían. Por eso el Señor se lamentó tanto de los que escandalizaban a los niños y párvulos, y les anunció tan horrendos castigos, como se explican en el Santo Evangelio.
En las obras torpes consumadas no hay tantas ignorancias, porque San Pablo dice que son manifiestas las obras de la carne: fornicación, impureza, deshonestidad y lujuria. Véanse las especies diversas de la lujuria y sus malas propiedades, como las refiere San Antonio de Padua.
Ni los hijos, hijas, ni criadas deben tener las licencias que les da el santo matrimonio, porque si no son cautos y honestos, la malicia madruga mucho en las criaturas. Con este propósito, prevenimos en el librito de las Confesiones y Comuniones que los padres no deben tener en sus camas ni cerca de ellas a las criaturas, una vez que empiezan a usar la razón.
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