Por Pascua, un monje con dudas de su fé,la noche misma de la Resurrección, tomó una candela nueva y la puso en un cántaro nuevo. Lo tapó con una tapadera y se puso en oración desde el atardecer diciendo: «Oh Dios, compasivo y misericordioso, que quieres salvar aun a los mismos paganos para que vengan al conocimiento de la verdad, me refugio en ti, Salvador de los fieles. Ten piedad de mí que tanto te ofendí, proporcioné un gozo grande al enemigo y he muerto por obedecerle.
mi alma es muy desgraciada! Mi cuerpo, que tanto he manchado, está extenuado. Ya no tengo fuerzas para vivir porque me falta la esperanza. Perdona este pecado por el cual he hecho penitencia, pecado doble porque he desesperado.
Devuélveme la vida, que estoy arrepentido, y ordena a tu fuego encender esta lámpara. Para que seguro de tu misericordia y de tu perdón por todo el resto de mi vida, guarde tus mandamientos, no me aparte de tu santo temor y te sirva con mayor fidelidad que antes».
Y orando con muchas lágrimas la noche misma de la Resurrección del Señor, se levantó para ver si se había encendido la candela. Y descubriendo el vaso vio que no se había encendido.
Cayó de nuevo rostro en tierra, rogando a Dios con estas palabras: «Sé, Señor, que la batalla la preparaste para que fuese coronado. Pero no supe mantenerme firme, y teniendo en más los placeres de la carne, he preferido los tormentos de los impíos.
Perdóname, Señor, de nuevo confieso a tu bondad mi infamia, delante de los ángeles y delante de todos los justos y la confesaré también delante de todos los hombres si no fuera escándalo para ellos. Señor, ten piedad de mi para que pueda enseñar a los demás, Señor, dame la vida».
Repitió tres veces esta oración y fue escuchado.
Y levantándose encontró encendida la candela, con gran brillo. Y ebrio de esperanza, y confortado de gozo su corazón, admiró la gracia de Dios que así le perdonaba sus pecados y daba así satisfacción a su alma como se lo había pedido.
Y decía: «Te doy gracias, Señor, porque has tenido piedad de mi que no soy digno siquiera de vivir en este mundo, y que con este nuevo y maravilloso milagro me has devuelto la confianza. Tú perdonas misericordiosamente a las almas que has creado».
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