Cómo ha de temer la muerte quien espera que después de ella será coronado en el Cielo?

 


dice San Cipriano. ¿Cómo puede temer quien sabe que muriendo en gracia alcanzará su cuerpo la inmortalidad? 

 Para el que ama a Dios y desea verle—nos dice San Agustín—, pena es la vida y alegría es la muerte. Y Santo Tomás de Villanueva dice también: «Si la muerte halla al hombre dormido, llega como el ladrón, le despoja, le mata y le sepulta en el abismo del infierno; mas si le halla vigilante, le saluda como enviada de Dios, diciéndole: El Señor te aguarda a las bodas; ven, que yo te guiaré al dichoso reino que deseas» .

¡Oh, con cuánto regocijo espera la muerte el que está en gracia de Dios para ver pronto a Jesús y oírle decir: «Muy bien, siervo bueno y leal; porque fuiste fiel en lo poco, te pondré sobre lo mucho» . ¡Ah, cómo apreciarán entonces las penitencias, oraciones, el desasimiento de los bienes terrenos y todo lo que hicieron por Dios!

 El que amó a Dios gustará el fruto de sus buenas obras

(Isaías . 3, 10). Por esto, el Padre Hipólito Durazzo, de la Compañía de Jesús, jamás se entristecía, sino que se alegraba cuando moría algún religioso dando señales de salvación. «¿No sería absurdo—dice San Crisóstomo— creer en la gloria eterna y tener lástima del que a ella va?»

 Singular consuelo darán entonces los recuerdos de la devoción a la Madre de Dios, de los rosarios y visitas, de los ayunos en el sábado para honra de la Virgen, de haber pertenecido a las Congregaciones Marianas... Virgo fidelis llamamos a María. Y, en verdad, fidelísima se muestra para consolar a sus devotos en su última hora. Un moribundo que había sido devotísimo de la Virgen decía al Padre Binetti: «No puede imaginarse, Padre mío, cuánto consuelo trae en la hora de la muerte el pensamiento de haber sido devoto de la Santísima Virgen... ¡ Oh Padre, si supiese qué regocijo siento por haber servido a esta Madre mía!... ¡Ni explicarlo sé!...»

¡ Qué gozo sentirá quien haya amado y ame a Jesucristo, y a menudo le haya recibido en la Sagrada Comunión, al ver llegar a su Señor en el Santo Viático para acompañarle en el tránsito a la otra vida! Dichoso quien pueda decirle con San Felipe: «¡Aquí está mi amor; he aquí al amor mío; dadme mi amor!»


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