María se hace todo para todos y que abre los senos de su misericordia

 


Un gran pecador, en el reino de Valencia, desesperado y, para no caer en manos de la justicia, había resuelto hacerse turco; y ya estaba para embarcarse, cuando pasó providencialmente ante una iglesia en la que predicaba acerca de la misericordia de Dios el P. Jerónimo López, jesuita; al oírlo, se convirtió y se confesó con el mismo padre. Éste le preguntó si había tenido alguna devoción con Dios, que le hubiera merecido aquella gran misericordia. Le respondió el penitente que no había tenido más devoción que la de rezar todos los días a la Santísima Virgen pidiéndole que no lo abandonase. El mismo padre vio en el hospital a un pecador que desde hacía cincuenta años no se había confesado, y que sólo había tenido esta pequeña devoción de saludar a cualquier imagen de la Virgen que encontraba rogándole no lo dejara morir en pecado mortal. Y le contó además que, en una riña se le rompió la espalda. Entonces le rezó a la Virgen: “Ahora me mata y me condeno; Madre de los pecadores, ayúdame”. Y dicho esto, se encontró, sin saber cómo, lejos y en lugar seguro. Hizo confesión general y murió lleno de confianza en Dios.

Escribe san Bernardo que María se hace todo para todos y que abre los senos de su misericordia, para que todos reciban de su plenitud; el esclavo la redención, el enfermo la salud, el afligido consuelo, el pecador perdón de sus culpas, Dios su gloria; de tal forma que no hay nadie que no participe de su calor, siendo el sol celestial. Dice san Buenaventura: “¿Habrá en el mundo quien no ame a esta amabilísima Reina? Ella es más hermosa que el sol, más dulce que la miel; ella es un tesoro de bondad llena de amor para todos, y con todos cariñosa y llena de atenciones. Por eso yo te saludo –dice el santo enamorado– oh Señora y Madre mía, mi corazón y mi alma. Discúlpame, oh María, si te digo que te amo, porque si no soy digno de amarte, tú sí que eres digna de ser amada por mí”.

Se le reveló a santa Gertrudis que, cuando se dice a María con devoción esta plegaria: “Ea pues, abogada nuestra, vuelve a nosotros tus ojos

misericordiosos”, no puede María dejar de inclinarse en favor de la súplica de quien le ruega. “Gran Señora –le habla así san Bernardo– es tan enorme tu misericordia, que todo el mundo está lleno de ella”. Y dice san Buenaventura que nuestra Madre tiene tantos deseos de hacer bien a todos, que se siente como ofendida por quienes no le piden nada. “Tú, Señora –le dice san Ildeberto nos enseñas a esperar gracias mayores de las que merecemos, ya que no cesas de darnos constantemente gracias que superan con mucho lo que pudiéramos merecer”.


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