Pero ¿quién podrá describir, señores, lo que experimentaremos cuando nos encontremos en presencia de Nuestro Señor Jesucristo, cuando veamos cara a cara al Redentor del mundo, con los cinco luceros de sus llagas en sus manos, en sus pies y en su divino Corazón? Cuando caigamos de rodillas a sus pies y cuando Él nos incorpore para darnos su abrazo de Buen Pastor y nos diga con inefable dulzura: “Pobre ovejita mía, ¡cuántas veces te extraviaste fuera del redil de tu Pastor alucinada por el mundo, el demonio y la carne! Pero yo morí por ti, yo rogué por ti al Eterno Padre, y ahora te tengo ya en mi aprisco para toda la eternidad”. El gozo que experimentaremos entonces es absolutamente indescriptible.
El panorama que hemos contemplado hasta aquí, señores, es verdaderamente magnífico y deslumbrador. Y, sin embargo, todo esto constituye únicamente lo que llamamos en teología la gloria accidental del cielo: la gloria accidental del cuerpo y la gloria accidental del alma. Todavía no os he dicho ni una sola palabra de la gloria esencial. Lo que hemos visto hasta ahora no es más que una antesala; no hemos entrado todavía en el salón del trono. Porque lo que constituye la gloria esencial del cielo es lo que llamamos en teología la visión beatífica, o sea, la contemplación facial, cara a cara, de la esencia misma de Dios.
Imposible, señores, hacer una descripción de la visión beatífica. No tenemos, acá en la tierra, ningún punto de referencia para establecer una semejanza o analogía. Pero a la luz de la teología católica voy a hacer un esfuerzo para daros una idea remotísima, palidísima, de aquella inefable realidad.
Desde niños hemos cantado todos el Himno Eucarístico con aquella preciosa estrofa: “Dios está aquí...”, aludiendo al Sacramento adorable de la Eucaristía. Pero, también desde niños, sabemos todos por el catecismo que Dios está en todas partes. Dios está en la Eucaristía y fuera de ella. En la Eucaristía está de una manera especial –sacramentado–, pero fuera de la Eucaristía está en todo cuanto existe, en todos los seres y lugares de la creación, por esencia, presencia y potencia.
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