No uses talismanes

 




se pretende transformar los objetos o a las personas en «símbolos sagrados» (sagrados para Satanás, naturalmente). El material mágico se «magnetiza» en determinados momentos, que son objeto de la astrologia mágica. Cada mago lleva encima, o prepara para otros, unos «pentáculos», o «pantáculos» (del griego pantaklea); en general, se trata de medallas cuyos símbolos son «catalizadores de energías» y que tienen, según el mago, una particular fuerza celestial. Otra cosa son los talismanes, que recuerdan los rasgos concretos de la persona a la que quisieran proteger.

La solicitud de talismanes es uno de los mayores atractivos para los incautos clientes que se creen afectados por una suerte adversa, la mala sombra, la incomprensión, la falta de amor o la pobreza; y están muy contentos de pagar el precio, a veces muy elevado, de estos amuletos que deberían liberarles de todas sus desdichas. En cambio, se llevan encima una carga negativa tal que puede hacerles daño no sólo a ellos sino también a los miembros de su familia. Para preparar todos estos objetos, como para la mayor parte de las operaciones de magia, se hace un amplio uso del incienso. Es un incienso que se ofrece a Satanás en clara contraposición con el incienso que en el culto litúrgico se ofrece a Dios.

Otras formas de magia llevan a la fabricación de filtros o mezclas que provocan sugestión o vejación diabólica sobre quien ingiera los mejunjes preparados por el mago y mezclados con la comida o la bebida. El desdichado encontrará en su cuerpo no sólo algo desagradable, sino también los espíritus maléficos invocados para la preparación del maleficio. Es conocido el «filtro de amor», que puede imponer un horrible vínculo (también llamado «atadura»), debido a las potencias satánicas.

La Biblia nos habla por primera vez del demonio cuando tienta a nuestros primeros progenitores bajo la forma de una serpiente. En la mitología la serpiente está siempre vinculada a los emblemas del conocimiento. En Egipto, la maga Isis es la que conoce los secretos de las piedras, las plantas y los; animales; conoce los males y sus remedios, por lo cual puede reanimar el cadáver de Osiris. A la serpiente se la representa enroscada sobre sí misma y mordiéndose la cola, como emblema del ciclo eterno de la vida. Piénsese también en la serpiente boa emperatriz de los incas o en la boa divina de los indios.

En el vudú la serpiente andrógina Danbhalah y Aida Wédo inspira a sus adeptos con una certeza y precisión que da resultados asombrosos a cualquier hora del día o de la noche. Esta serpiente afirma conocer todos los secretos del Verbo creador gracias a la «lengua mágica», magnificada por la música sacra.

Se trata de una magia haitiana de origen africano que, junto con la magia africana originaria y la importada a Sudamérica (particularmente en Brasil) con el nombre de «macumba», tienen un gran poder maléfico. Ya he recordado que los maleficios más fuertes que he tenido ocasión de exorcizar procedían de Brasil o de África.

La civilización moderna ha fundido, pero no cambiado, algunas costumbres, razón por la cual cohabitan ciencia y magia, religión y antiguas prácticas. Todavía hoy, especialmente en el campo, hay gente muy religiosa que recurre a santones (hombres o mujeres) para resolver sus dificultades más heterogéneas: desde las enfermedades al mal de ojo, desde la búsqueda de trabajo a la búsqueda de un marido. Son personas santas «que van siempre a la iglesia»; todavía hoy se encuentran mujeres que, de buena fe, enseñan a sus hijas los gestos y el rito para quitar el mal de ojo en la noche de Navidad; o cuelgan del cuello de los hijos cadenitas con crucifijos o medallas benditas, y les ponen al lado «pelos de tejón» o «dientes de lobo» o «cuernecillos rojos»: objetos todos que, aunque no hayan sido «cargados» de negatividad con ritos mágicos, atan al demonio mediante el pecado de superstición.

La magia siempre ha ido acompañada de la adivinación: la pretensión de conocer nuestro futuro por vías tortuosas. Baste pensar en la difundidísima costumbre de hacerse echar las cartas, o sea hacerse predecir el futuro por el tarot, que es el medio de adivinación predominantemente usado por magos y adivinos. Parece que el origen del tarot se remonta al siglo XIII, por obra de los gitanos, que habrían condensado en este «juego» su poder de predecir el futuro. En su base está la doctrina esotérica que fija el esquema de correspondencia entre el hombre y el mundo divino. No me detendré en ello; sólo diré que el ingenuo, deslumbrado por cómo se le ha revelado con exactitud su pasado, sale con angustia y desconfianza o vanas esperanzas, a menudo con sospechas hacia parientes o amigos, y sobre todo con una cierta forma de dependencia de quien le ha echado las cartas, que le acompañará también a continuación. Todo esto podría causarle miedo, rabia o incertidumbre; tendrá deseos de recurrir a prácticas mágicas o de proveerse de talismanes que neutralicen a ese enemigo interior que él mismo se ha procurado y que le causa enfermedades, desventura...

La peor magia de origen africano está basada en la brujería (witchcraft), que es la práctica de quien quiere hacer el mal a los demás por vías mágicas; y en el espiritismo, a través del cual la persona trata de ponerse en contacto con el espíritu de los difuntos o con los espíritus superiores. El espiritismo es conocido en todas las culturas y pueblos. El médium actúa de intermediario entre los espíritus y los hombres, prestando su energía (voz, gestos, escritura...) al espíritu que quiere manifestarse. Puede suceder que estos espíritus evocados, que son siempre y sólo demonios, se apoderen de alguno de los presentes. La Iglesia siempre ha condenado las sesiones espiritistas y la participación en ellas. No es consultando a Satanás como se aprenden cosas útiles.

Pero ¿es de verdad imposible evocar a los muertos? ¿Son siempre y sólo los demonios quienes se manifiestan en las sesiones de los médiums? Sabemos perfectamente que esta duda en los creyentes depende de una sola excepción. La Biblia nos menciona un único caso, cuando Saúl se dirigió a una médium y le pidió: «Adivíname el porvenir evocando a los muertos y haz que se me aparezca el que yo te diga» (1 Sam. 28, 8). Efectivamente, apareció Samuel, que había muerto hacía poco. Dios permitió esta excepción, pero nótese el alarido de estupor de la médium y más aún el duro reproche de Samuel: «¿Para qué me has molestado, haciéndome venir?» (1 Sam. 28, 15). Los muertos deben ser respetados, no molestados. Por ser el único caso en toda la Biblia, destacamos su excepcionalidad. Comparto al respecto cuanto escribe un psiquiatra y exorcista protestante: «Es puro egoísmo y crueldad tratar de permanecer aferrados a nuestros difuntos o querer reclamarles entre nosotros. Lo que necesitan es liberación eterna y no verse nuevamente enredados entre las cosas y la gente de este mundo» (Kenneth McAll, Fino alle radice, Ancora, p. 141).

Muchos resultan engañados por su falta de fe y por su ignorancia.

 Desde el punto de vista étnico y folklórico, el uso de ciertas danzas, cantos, costumbres, velas y animales, que son necesarios en distintos rituales de magia vudú o de la macumba, puede ser interesante. Cuatro velas en las cuatro esquinas de una calle, o un triángulo de velas, una de ellas apuntando hacia abajo, pueden parecer un juego o una inocua superstición. Es hora de abrir los ojos. Invito a hacerlo sobre todo a los sacerdotes. Son evocaciones de espíritus maléficos que podrán perturbar esto o aquello, pero siempre tienen como fin último distanciar de Dios a la víctima, conducirla al pecado, a la angustia, a la alienación y a la desesperación.

Me han preguntado si mediante la magia es posible perjudicar también a grupos de personas. Mi respuesta es sí; pero este asunto por sí solo merecería un estudio aparte. También aquí, como en todo mi libro, me conformo con mencionar las cosas. Es posible que el demonio se sirva de una persona para afectar a grupos incluso muy numerosos, que pueden llegar a tener en sus manos el poder de una nación o influir sobre varias naciones. Creo que, en nuestro tiempo, es el caso de hombres como Karl Marx, Hitler, Stalin. Las atrocidades cometidas por los nazis, los horrores del comunismo, las matanzas de Stalin, por ejemplo, alcanzaron una perfidia verdaderamente diabólica. Fuera del campo político, no dudo en ver un vehículo de Satanás en ciertas músicas y en ciertos cantantes que en plazas abarrotadas arrastran a su público a un frenesí que puede alcanzar hitos de extrema violencia o voluntad destructiva.


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